sábado, 12 de junio de 2010

MI VIDA CASTRENSE, 30 AÑOS DE MILICIA

RELATOS Y ANÉCDOTAS DE MI VIDA MILITAR

Preámbulo

Hubiera deseado tener muchos nietos para contarles mis batallitas, seguro que no las soportarían, de momento solo tengo dos, Tin que tiene ahora 16 años y Blanca solo dos, pronto llegará Änika y no creo que para cuando ellas me puedan aguantar esté vivo, a Tin ya le he relatado alguna y es muy agradecido porque me las escucha con atención. GRACIAS CHAVAL. Si con el tiempo quieren leer esto aquí queda.


Nunca me ha gustado la vida militar, pos circunstancias de la vida ingresé en el ejército a la edad de 16 años, era casi un niño, el menor de siete hermanos y muy mimado especialmente por mi madre que me cuidaba cuando caía enfermo y me daba lo mejor que poseía, en alimentación siempre se privaba de lo suyo para dármelo a mí; no era igual mi padre que se despreocupó y deseaba quitarme de en medio cuanto antes para eliminar otra boca que comer, por esta razón influyó para mi ingreso.
No pude estudiar por falta de recursos, solo cursé los estudios primarios obligatorios de entonces hasta los 14 años y a pesar ello adquirí una cultura aceptable con la que me pude presentar a la Escuela de Especialistas del Ejército del Aire y con la ayuda de una recomendación amigo de de la familia.
Han sido 30 años por los que he pasado de todo, más penas que glorias ya que en el ejército de entonces había mucha disciplina y con la agravante de mi edad mezclado con otros compañeros mayores que yo que se las sabían todas, muchos de ciudad y con más mundo que les ayudaba a campear los temporales del ejército que eran muchos.
Quiero relatar aquí todos los que puedo recordar después de tantos años.

Una fría mañana del 20 de marzo de 1957 me presento a la Escuela de Transmisiones del Ejército del Aire situada a unos 10 km. de Madrid junto a otros cerca de 500 futuros compañeros de fatigas, me acompaña mi padre que una vez integrado en el grupo retorna a Madrid para después dirigirse al pueblo.

Mi madre cuando nací y siendo joven


La escuela en construcción casi finalizada

Edificio principal a la entrada

Vista parcial de las instalaciones


Foto histórica muy antigua Autogiro de la Cierva


Salón de actos


Alumnos en la clase de electrónica


Desfile en un acto militar



La Escuela de Técnicas de Mando, Control y Telecomunicaciones (EMACOT) es una unidad histórica que, con la denominación de Escuela de Transmisiones del Ejército del Aire, fue creada por el Ministro del Aire, D. Eduardo González Gallarza, como uno de los componentes del "Servicio de Transmisiones del Ejército del Aire" (Boletín Oficial del Aire núm.15 de 2 de febrero de 1946), para el perfeccionamiento teórico y práctico del personal que prestase su servicio en transmisiones.

En 1949 comenzó a impartirse el primer curso de Transmisiones en el Acuartelamiento del primer Regimiento de Transmisiones, en la madrileña colonia de El Viso.

Por Orden Ministerial de 25 de enero de 1950 se reorganizó el "Servicio de Transmisiones del Ejército del Aire", suprimiéndose la Jefatura de Instrucción de dicho Servicio y como consecuencia, la Escuela de Transmisiones asumió directamente las misiones de formación de especialistas de esta materia. El día 2 de septiembre del mismo año tomó posesión el Coronel D. Fernando Alfaro y del Pueyo *, su primer Jefe y organizador.

* Mi primer jefe (Pocas semanas más tarde murió en accidente de avión, precisamente el día 30 de mayo San Fernando)

Tras diversas vicisitudes, el 29 de mayo de 1951, fue cuando la Escuela de Transmisiones se trasladó al lugar donde actualmente radica, al sur de la Base Aérea de Cuatro Vientos, carretera de Extremadura Km. 10.600, principalmente dentro del término municipal de Alcorcón, ciudad con la que le unen especiales vínculos de relación.

En febrero de 1952 se incorporaron a la Escuela de Transmisiones los soldados alumnos aspirantes a Ayudantes de Especialistas: Radiotelegrafistas, Mecánicos de Transmisiones y Mecánicos de Radio, procedentes de la Escuela de Especialistas de Málaga que se trasladó como tal a su nueva sede en León, iniciándose con ellos las actividades de formación de tropa especialista. En marzo de 1953, la Escuela consolidó sus actividades de formación, iniciándose en sus instalaciones, el primer curso completo de especialistas.

*Por otro lado, en 1958 inició sus actividades como Escuela de Controladores de Interceptación, con la instalación del simulador de una sala de operaciones del Sistema de Defensa Aérea, en el histórico edificio de Jefatura de Estudios de la Escuela.

* Instalaciones realizadas para mi especialidad

Merece especial mención que la Escuela desde su traslado a Cuatro Vientos y hasta 1972 contó con una Unidad de Vuelo para las prácticas de alumnos y entrenamiento del profesorado, ubicada en el hangar principal y la plataforma del actual Museo del Aire, que a partir de 1965 se denominó 755 Escuadrón y en 1970 pasó a ser la 515 Escuadrilla, utilizando principalmente el T-2B Júnker Ju-52, entre otros como la E-3B Bucker BU-131, el Huarte Mendicoa HM-1 y el Hispano Suiza HS-42.

El 26 de junio de 1960, se entregó a la Escuela su primer Estandarte, regalo de la Asociación Técnica Española de Constructores de Material Aeronáutico (ATECMA).

El 8 de julio de 1966, por Orden Ministerial núm. 1262/66 de 8 de julio (Boletín Oficial del Aire núm. 82), se crea la Escuela de Formación Profesional Industrial (de Primer Grado) del Ejército del Aire de Cuatro Vientos, sita en la Escuela de Transmisiones. Dicha Escuela desarrolló su labor docente en las ramas Eléctrica (Instalador-montador) y Electrónica, hasta septiembre del año 1986, formando hasta veinte promociones. También un año antes concluía la Instrucción Técnica Especial (ITE) que se venía impartiendo en la Escuela a personal de Tropa en materias técnicas, habiéndose formado quince promociones de alumnos.

El 12 de julio de 1978 se inauguró, por S.M. el Rey D. Juan Carlos I, la Plaza de Armas de la Escuela, coincidiendo con la entrega de despachos a todos los Sargentos Especialistas del Ejército del Aire promocionados ese año.

El 13 de julio de 1982 se cambió el Estandarte con el nuevo escudo constitucional, aprovechando la entrega de despachos a los Sargentos Especialistas y el 7 de julio de 1989 se celebró la entrega e imposición de una corbata honorífica al Estandarte por acuerdo del Excmo. Ayuntamiento de Alcorcón, durante el acto de entrega de despachos a los nuevos Sargentos Especialistas.

El 29 de octubre de 1992 se tuvo el honor de recibir de nuevo la visita de S.M. el Rey D. Juan Carlos I, a quien se le presentó un nuevo simulador de Defensa Aérea, basado en la tecnología del Sistema de Defensa Aérea de Canarias.

El 5 de septiembre de 1996, la Escuela de Transmisiones ha pasado a denominarse "Escuela de Técnicas de Mando, Control y Telecomunicaciones (EMACOT)", integrándose más tarde en la Base Aérea de Cuatro Vientos con carácter de unidad independiente.

A partir del año 2000, una vez decidida la integración en un único área doctrinal C2/CIS de las materias de Mando y Control, Telecomunicaciones, Sistemas de Información y Seguridad de la Información Electrónica, la Escuela ha preparado y realizado una serie de cursos, nuevos o modificados, para la dirección, el planeamiento, la operación y el mantenimiento de estos Sistemas CIS.

En el verano de 2002 entra en funcionamiento el nuevo Simulador de Defensa Aérea, de tecnología análoga al nuevo sistema de mando y control implantado en los centros operativos de GRUCEMAC, GRUNOMAC y GRUALERCON.

En Navidades de 2002, una Sección compuesta por un Teniente, un Sargento, un Cabo Primero y 24 Cabos y Soldados de esta Escuela participó en la recogida del fuel vertido por el petrolero Prestige en las costas gallegas.

El 28 de Marzo del 2003 se celebró, con un solemne acto militar, los cincuenta años del ingreso en la Escuela de su 1ª Promoción de Soldados Ayudantes de Especialistas (Radiotelegrafistas, Mecánicos de Radio y Mecánicos de Transmisiones).

En los últimos años la EMACOT sigue ejerciendo funciones de Centro de Formación Militar para Personal de Tropa, de acuerdo a lo previsto en la Ley 17/99 y en virtud de esta función se han realizado en la Plaza de Armas de la misma, actos solemnes de Juramento o Promesa de fidelidad ante la Bandera de España, de alumnos de tropa, de ciclos formativos, de diferentes especialidades.

El 24 de noviembre de 2003 se celebró en el Salón de Actos de la EMACOT el 75 aniversario de la creación de la Escuela Superior de Aerotecnia, con un solemne acto académico presidido por S.M. el Rey y que contó con destacadas autoridades civiles y militares. Los edificios principales de la Escuela se construyeron para ubicar en 1930 la entonces Escuela Superior de Aerotecnia, que impartió enseñanzas de ingeniería aeronáutica por primera vez en España.

Desde 2003, los sucesivos Jefes de Estado Mayor del Ejército del Aire han visitado oficialmente la Escuela:

- El día 2 de abril de 2003, el Excmo. Sr. General del Aire D. Eduardo González-Gallarza Morales.

- El día 5 de octubre de 2005, el Excmo. Sr. General del Aire D. Francisco José García de la Vega.

- Y recientemente, el día 7 de noviembre de 2008, el actual JEMA, el Excmo. Sr. General del Aire D. José Jiménez Ruiz.

La Escuela muestra con orgullo su historia y su personal es consciente de la responsabilidad que tiene de conservar sus tradiciones y, al mismo tiempo, innovar en las materias de su competencia, sujetas a una continua evolución tecnológica.

Aquí permanecí desde el 20 de marzo de 1957 hasta 1º de noviembre de 1959 sufriendo y padeciendo las siguientes vicisitudes:










CAPITULO I

ETAPA DE SOLDADO ALUMNO EN LA ESCUELA DE TRANSMISIONES

Resultó ser un cambio total en mi vida, me encontré mezclado entre casi mil jóvenes alumnos de todas las especialidades, desconcertado y acojonado, parecía un pavo en una discoteca, la mayoría eran hasta seis o siete años mayores que yo y con mucha más experiencia, estudios y sobretodo astucia y picardía que era bien necesaria para aquellos lugares, me encontraba como un “pardillo” pueblerino entre todos aquellos veteranos. Los había de todas las provincias, sobretodo andaluces, gallegos y extremeños, mayormente de procedencia humilde, algunos de clase media y hasta algún “hijo de papá” de familia rica, que al ser la oveja negra no podían hacer carrera de él y lo enrolaban en el Ejército a modo de reformatorio. La mayoría al cumplir el compromiso de cuatro años se licenciaban. Había de todo: gente buena y mala, con cultura y sin ella, pillos, rateros, jugadores, viciosos y pendencieros pero el régimen disciplinario que allí existía nos mantenía a todos a raya.
El mismo día de ingresar me entregaron un equipo completo de vestuario y aseo, me asignaron un fusil MAUSER calibre 7.62 con la culata de madera y el resto metálico donde tenía grabado un número que me tuve que aprender de memoria para no confundirlo con los demás. Al entregárnoslo el Brigada del almacén nos dijo: A partir de ahora ésta será vuestra novia y deberéis cuidarla y mimarla, siempre limpia y reluciente. Nosotros le llamábamos familiarmente “EL CHOPO”, venía acompañada de una bayoneta de unos 40 centímetros y su peso era de 9 kg. a veces me parecía que pesaba más de 80.

Nos alojaron en unos edificios de dos plantas divididas en dos naves, en cada una había ocho departamentos con seis literas y sus correspondientes taquillas para guardar el equipo de ropa y demás enseres. Los “Chopos” estaban colocados en sus respectivos armeros en el pasillo y frente al departamento. Al fondo de la nave estaban los aseos.

También me entregaron un cubierto tipo tijera con cuchara, tenedor y cuchillo que normalmente siempre lo llevaba a todas partes metido en el bolsillo, ya que corría el riesgo de olvidarlo en algún sitio y en alguna ocasión tuve que comer con la cáscara de un mejillón, pedirlo prestado o comer con los dedos. En caso de perderlo me las tenía que ingeniar para procurarme otro, bien mangándolo o comprarlo en la cantina que vendían de todo desde tabaco, bebidas, bocadillos, material de escritorio y aseo. Era muy frecuente la desaparición de objetos que por despiste dejabas olvidado sobre la cama o en cualquier otro lugar, alguien pasaba por allí y se lo quedaba. Cinturón, gorro o cualquier cosa apetecible o carente. Lo que más temía era la pérdida del gorro pues te podían caer ocho días de arresto si no lo llevabas puesto, algunos lo identificábamos claramente con letras grandes y bien visibles e el interior.


Fusil mauser conocido también por mosquetón

Características del arma:
Calibre: 7,92 mm.
Velocidad inicial en boca: 720 m/s

Alcance máximo: 3.200 m
Alcance eficaz horizontal: 2.000 m
Alcance eficaz de empleo: 200 m.
Alcance con alza telescópica: 600 m.
Capacidad del cargador: 1 peine de 5 cartuchos.

El machete

Me resultó muy impresionante cuando entré por primera vez en la escuela, era un cuartel enorme con una gran puerta principal donde estaba situado el Cuerpo de Guardia, todo el perímetro alambrado y rodeado de garitas con sus respectivos soldados en su turno de vigilancia. Había Pabellones y edificios para el alojamiento de Jefes, Oficiales, suboficiales y la tropa, aulas para las clases de todas las especialidades, un inmenso comedor con capacidad para 1.500 personas con mas de 120 mesas para doce comensales en cada una, adosado a éste una enorme cocina con grandes fogones donde se hacía el rancho que era servido a las mesas por un voluntario de la misma.

La plaza de armas donde se practicaba la instrucción, y los desfiles era tan grande como dos campos de fútbol. También había un polideportivo, un campo de maniobras, tiro y una enfermería.

Ocupaba una gran extensión rodeada de campo por los cuatro costados, estaba muy cerca de un pueblecito llamado Alcorcón y a unos 10 km. De Madrid.

Anexo al cuartel había un aeródromo con un angar, dos aviones tipo JUNKER y un helicóptero H-107 muy pequeño con la carlinga transparente y en forma de burbuja. Teníamos prohibida la entrada y todas las actividades que allí se desarrollaban las observábamos desde fuera a través de una alambrada. Fue la primera vez que observé aviones desde tan cerca.

Por curiosidad os diré que este avión Junker era un bombardero alemán que fue utilizado en la segunda guerra mundial y en la guerra civil española donde desparramó miles de toneladas de bombas en las zonas ocupadas por el enemigo de Franco, estos aviones vinieron de Alemania, la mayoría pilotados por alemanes, alguien me contó que en ocasiones a falta de bombas tiraban bidones llenos de gasolina que al caer incendiaban todo lo que pillaba.

Tenía dos potentes motores, una capacidad para unos 30 hombres incluidos dos pilotos, un mecánico, un radiotelegrafista y dos armeros. También se utilizaba para lanzamiento de paracaidistas y transporte. Por su lentitud en el vuelo lo llamaban vulgarmente “Pavas”, pero era muy seguro, ya que en más de una ocasión se le llegaron a parar los dos motores y ha tomado tierra planeando. Como anécdota curiosa os contaré que tuve un compañero que volando en uno de estos, en una ocasión se le pararon los dos motores, se lanzaron todos en paracaídas y el aparato tomó tierra totalmente vacío de tripulantes sobre un llano rastrojo.





Me encuadraron en un pelotón compuesto por doce alumnos incluido el cabo o jefe de pelotón, este solía ser un soldado de reemplazo que se había reenganchado e ingresado en la escuela como uno más de nosotros, pero al ser mas veterano nos enseñaba la instrucción y nos conducía militarmente en formación a todas partes, a las aulas, deportes, e incluso al comedor donde ocupábamos una mesa, él era el encargado de repartir las raciones de comida y como bien dice el refrán La comida generalmente era muy mala. Rancho para 1.500 hombres de 17 a 25 años hambrientos como lobos que cuando te descuidabas desaparecía lo que tenías en el plato. Como en todas partes también los había remilgados que no les gustaban algunos menús y si coincidías a su lado tenias la suerte de que te lo cediera. A la entrada del comedor nos daban un “chusco” barra de pan aproximadamente de medio kilo para todo el día, teníamos que administrarlo para la comida, cena y desayuno que consistía en una taza de agua turbia a la que llamaban café con leche y en este potingue remojaba el trozo de chusco que guardaba de la noche anterior, si no me lo había cepillado antes de irme a la cama por el hambre que arrastraba.

A las siete de la mañana sonaba el “toque de diana” y pegando un salto con la máxima rapidez nos teníamos que vestir y asear en cinco minutos, formábamos a la puerta del edificio donde el cabo pasaba revista y si alguno se presentaba con alguna prenda mal colocada o un botón mal abrochado se ganaba un arresto que normalmente podía consistir en un fin de semana sin salir del cuartel o pasar una noche en el calabozo. Desde allí nos dirigíamos al comedor para el desayuno y a las ocho en punto comenzaban las clases de morse, aeronáutica, meteorología, etc. Por las tardes teníamos cuatro horas de instrucción y táctica militar, una hora de deportes antes de la cena y a continuación estudio hasta las nueve y media que se pasaba lista, leían la orden del día y se nombraban las imaginarias de esa noche, los servicios varios y de limpieza para el día siguiente. A continuación a la cama y a las diez en punto sonaba el toque de silencio. Las “imaginarias” eras unos servicios nocturnos de vigilancia en los dormitorios que normalmente todos aprovechábamos para estudiar. Nombraban cuatro imaginarias repartidas durante la noche en un mismo número de turnos.

El recluta inberbe






De recluta con el uniforme de paseo y mi sobrina Sonsoles


El horario de clases era de ocho a una por la mañana, la comida a la una y media y a las tres comenzaba la instrucción, táctica y deportes. A las ocho la cena, estudio hasta la hora de pasar lista y a dormir.

En el mes de mayo fue la Jura de Bandera que resultó impresionante, en aquella inmensa plaza de armas con casi dos mil hombres desfilando al compás de trompetas, tambores e himnos militares. Asistió mucho público al acto; familiares y curiosos que les gustaba presenciar este bonito acontecimiento que se realizaba una vez al año.

A partir de aquí deje de ser “recluta” y comencé a realizar mis primeras guardias en los puestos de vigilancia y garitas diversas que rodeaban todo el acuartelamiento, algunas bastante alejadas en donde se pasaba “cague”. Había una en particular que todos la temían y la llamaban “el solitario”, estaba pegada a los angares y por la noche se percibían ruidos muy extraños. Decían que por allí merodeaban los fantasmas de los pilotos que habían muerto en acto de servicio. A este puesto le tenía verdadero pánico y cuando el cabo realizaba el sorteo, pedía a Dios que no me tocara y tuve la suerte que solo me tocara una vez en el transcurso del tiempo que permanecí en la escuela. Fueron dos horas terribles y a pesar de estar armado con el fusil cargado lo pasé bastante mal, pero era cuestión de echarle cojones y aguantar los ruidos que naturalmente todos eran de origen muy natural: chirridos de chapas que se movían con el viento, pájaros que se movían en su infinidad de escondites y nidos bajo el tejado y otros que parecían salir de ultratumba, no me atreví a salir de la garita ni para mear.

Llegó el verano y con éste dos mesazos de vacaciones del 15 de julio al 15 de septiembre. Unas vacaciones que se me hicieron deliciosas, como aún me quedaba algo de dinerito ahorrado pasé un verano maravilloso, después de una estricta disciplina aquella libertad se me antojó como vivir unos días en el Paraíso, con los amiguetes y los baños en el río, la pesca, excursiones, merendolas y largos paseos con las chicas por la tarde en la alameda, donde los jóvenes al igual que en Villacarrillo se citaban para el paseo diario. Éramos una pandilla de cuatro amigos que siempre íbamos juntos a todas partes y lo pasábamos muy bien, ellos normalmente trabajaban los días no festivos pero a la salida del trabajo nos reuníamos. Alguna tarde organizábamos una merendola en un bar merendero a unos tres kilómetros del pueblo, cada uno aportaba algo para comer: pan, algún embutido, lechugas y tomates para una ensalada, y regado con un buen porrón de vino con gaseosa pasábamos el rato, a continuación nos dirigíamos al paseo de costumbre donde los grupos de chavalitas nos estaban esperando.

Tenía 17 años recién cumplidos. Recuerdo que el día de mi cumpleaños me encontraba en Madrid y lo celebramos en casa de Tía Eloisa con mis hermanas las que me prepararon una grata sorpresa: como en el cuartel se comía tan pésimamente, me prepararon un pollo asado para mi solito y de postre un enorme flan de doce huevos con un premio en el fondo que no pude descubrir hasta terminármelo, y cuando estaba a punto de reventar apareció en el fondo una moneda de plata de 100 pesetas. Todas me observaban con deleite e impacientes por ver mi cara de sorpresa y admirando mi apetito.



Durante las vacaciones de verano en el río Aguacebas de Mogón


Pasó el verano y con gran tristeza me incorporé de nuevo a mis quehaceres militares, seguía con el mismo ritmo de trabajo, disciplina y estudios. Cada vez se me hacía más duro aunque ya me estaba acostumbrando a la disciplina y régimen militar que era muy severo. A menudo se cometían injusticias y pagaban justos por pecadores; en cierta ocasión que a alguien le faltó dinero de la taquilla, nos sometieron a un registro y en una de ellas encontraron que el propietario tenía guardada cierta cantidad, le preguntaron por su procedencia y se le ocurrió contestar que lo había ganado jugando a las cartas, y como el juego estaba prohibido, le hicieron declarar los nombres de los participantes en el juego, como supuestamente él fue el ladrón y siendo el castigo más grande por robo, seguramente le vino a la mente decir aquello para librarse de hasta una expulsión y nos involucró a tres compañeros más que no tuvimos nada que ver en el asunto, a los cuatro nos metieron un mes de calabozo.

El calabozo era como una cárcel, situado dentro de las dependencias del cuerpo de guardia, con ocho celdas y sus correspondientes barrotes de hierro y puertas blindadas con un fuerte cerrojo, estaban abarrotadas de arrestados que habían cometido diversas delitos propios de un cuartel, la mayoría de ellos sin importancia pero la disciplina se mantenía a base de mano dura. Cada celda estaba diseñada para cuatro personas pero estaba ocupada por el doble, teníamos que dormir en el suelo sobre una sucia colchoneta, sin sábanas y tapados con una manta, apretujados, pegado los unos a los otros y aguantando los malos y diversos olores propios de personas que no se lavan y se sueltan cuescos a placer. En un pequeño comedor nos servían el rancho siempre escoltados por los soldados de la guardia, en ocasiones nos dejaban salir a la calle en grupos de cuatro para que nos diera el aire. A veces nos enviaban a realizar trabajos forzados en la granja, plantar árboles por todo el cuartel, etc. Las muchas horas que pasábamos dentro de la celda procurábamos entretenernos en algo, normalmente jugar a las cartas si no nos las requisaban, ya procurábamos tenerlas bien escondidas. Como no teníamos dinero para hacer las apuestas nos jugábamos “coscorrones”, un día de mala suerte terminé con un chichón que me estuvo doliendo varios días. Ya estaba metido en el vicio del tabaco y como allí escaseaba bastante, me las ingeniaba para matar el “mono” de la mejor manera posible. Muchas veces fumábamos un cigarrillo entre varios, dando una calada por riguroso turno. Un día que no tenia nada para fumar se me ocurrió alargar la mano entre los barrotes de la ventana y coger unas hojas de acacia, secarlas en una estufa, envolverlas con un trozo de papel de una novela, me supo a rayos pero me calmó el “mono”.

En el calabozo había gente de todas las calañas: inocentes gilipollas como nosotros, ladrones, rateros, pillos, desertores y hasta un cabo legionario acusado de asesinato que fue capturado en Madrid y lo metieron allí en espera de ser trasladado a una prisión militar hasta el Consejo de Guerra. Recuerdo que tenía un aspecto de facineroso, era muy moreno de tez y cara de bruto, todos le teníamos bastante respeto y acojone . Era el que mandaba y nos mantenía a raya, haciéndose el propietario de todo lo poco que allí había. Estaba solo en una celda dependiendo directamente del oficial de guardia, le mantenían encerrado todo el día a excepción de las comidas, donde en una de ellas aprovechó la ocasión de arrebatarle el arma a un centinela y se puso como un loco amenazando a todos, menos mal que uno de los arrestados le hizo frente y con un mamporrazo lo desarmó, fue reducido e inmediatamente conducido a la prisión. El valiente que se atrevió a tal hazaña demostró tener un par de cojones, era compañero de mi promoción y estaba allí por sospechoso de un robo en el estanco de la escuela, posteriormente desertó antes de ser juzgado. Mas tarde supimos que se enroló en la Legión Francesa alcanzando la categoría de capitán en la campaña de Argel.

Esto ocurrió a principio del mes de diciembre, cosa que nos favoreció debido a que el día 10 se celebraba la festividad de la Patrona de Aviación y todos los que no estaban sujetos a procedimiento fuimos indultados saliendo del calabozo el mismo día de la Patrona al toque de diana. A esto le llamaban y era un espectáculo raro y digno de mencionar, ver a unos 50 tíos caminando con la colchoneta a la espalda el trecho que nos conducía a nuestras dependencias habituales, cantando y locos de alegría por abandonar aquel infierno.

La comida era realmente mala y escasa por lo que a muchos sus familiares les enviaban paquetes con alimentos, a mí algunas veces mi madre me mandaba un hermoso pedazo de tocino con el que me preparaba ricos bocatas acompañándolo con sabrosos tomates que tuve la suerte de encontrar unas matas paseando por los alrededores y cuidaba con celo llevándome los mejores conservándolos en la taquilla, otros con más suerte y familia pudiente les mandaban giros y se compraban bocadillos en la cantina. Otro detalle que me llamó la atención era un hombre vendedor de churros que se instalaba a la puerta del comedor a la hora del desayuno, algunos compañeros compraban para no tomar el café con leche aguado sin más, yo me solía guardar un trozo del chusco que nos daban cada día para repartir en las tres comidas a nuestro gusto, algún hambriento se lo zampaba de una vez, mi estómago cantaba “por soleares” casi a todas horas del día, más en mi pleno crecimiento, recordemos que ingresé por recomendación ya que la estatura mínima para ingresar debía ser no menos de 1.60 m. yo medía 1.59 pero el sanitario amigo de mi “enchufe” al pasar reconocimiento hizo la vista gorda, pues eso, el hambre me agudizaba a cada momento por lo que debía aguantarme o buscar algo para echar al estómago, en una ocasión de parada en la instrucción descansábamos sentados a la sombra de un follaje al lado de la depuradora, por casualidad me di cuenta de que ese follaje estaba formado por grandes plantas conocidas en Mogón por papas porras y es por sus raíces formadas de unos tubérculos parecidos a las patatas pero de sabor dulzón y ciertamente agradable al paladar, sin mediar palabras a mis compañeros me puse a escarbar con las manos y la agradable sorpresa de descubrir muchas de buen tamaño, saqué mi navajilla, me puse a pelar y comerlas con apetito, mis compañeros me imitaron, algunos con reparo por si podía ser un veneno o algo no comestible pero al ver que nada les ocurrió, desde aquel día, asaltábamos nuestra improvisada despensa de papas porras.

Papas porras y su flor

Alguna tarde salía a pasear por la gran ciudad con compañeros dando vueltas por las calles céntricas mirando escaparates ya que nuestro bolsillo no daba para más, en escasas ocasiones nos metíamos en un cine barato de sesión continua donde proyectaban dos películas muy antiguas, también por los pueblos cercanos y la mayoría de veces por los campos de alrededor en pandilla y muchas veces solo, es cuando encontré las matas de tomates nacidas y criadas de forma natural y aseguro que eran hermosas y tenía tomates bastante grandes, otras veces nos dedicábamos a cazar conejos y lagartos con trampas colocadas en las madrigueras que después nos zampábamos a la brasa de una fogata hecha allí mismo, merodeando por aquellos campos se encontraban árboles frutales, pinos piñoneros y muchos viñedos que en tiempo de cosecha nos aliviaba el estómago, en las mismas fogatas poníamos las piñas para extraerles los piñones.

Relataré una anécdota graciosa que me ocurrió en uno de estos paseos en solitario por Madrid, siempre tenía que vestir de uniforme por lo que al cruzarme con algún jefe o superior debía saludarle militarmente, una vez me crucé con un brigada del ejército de tierra, viejo, de colmillo retorcido, no me di cuenta al pasar a su lado y no le hice el saludo, él con cara de malas pulgas me llamó, me acerqué a él, me puse en la posición de firmes saludándole y me dijo con aire y autoridad militar ¿No sabe usted que hay que saludar a los superiores al cruzarse con ellos??? Yo me disculpé diciéndole que no le había visto por lo que su enfado fue mayor pues era un hombre muy enano, debió pensar que me burlaba de su estatura por lo que me ordenó diera la vuelta, me alejara y regresara para al pasar hasta 20 veces le hiciera el saludo como castigo, miré a mi alrededor, estábamos en plena calle transitada por muchos viandantes, le dije, <>, me alejé unos 20 metros y sin mediar palabras ni mirar hacia atrás, salí corriendo como alma que lleva el diablo y nunca más supe de este puto cabrón que me quiso humillar en pleno centro de la capital de España. Más de una ocasión he pasado por la puerta de un gran hotel u organismo oficial donde siempre estaba el ordenanza o portero de turno engalanado con entorchados y galones pareciendo un general y para no caer en la trampa como la vez anterior les saludaba, claro, él al verme se sonreí, cosas de reclutas…

Para desplazarnos desde la escuela a Madrid solo existía un medio de transporte, el tranvía nº 53 con salida en la estación del norte y parada final en la pequeña villa de Cuatro Vientos, siempre iba repleto de soldados la mayoría del ejército de tierra ya que por aquella zona, carretera de Extremadura, había infinidad de cuarteles, la parada final estaba en el pueblo de Cuatro Vientos a 2 km. de la escuela que debíamos recorrer a pie, muchas veces los he andado de noche al regreso y en alguna ocasión con un traguito de vino de más en mi cuerpo, era frecuente ver a grupos de hombres caminando cantando y dando traspiés consecuencia de esos traguitos de más.

El tiempo de ocio que no era mucho lo pasaba la mayor parte en la litera estudiando, charlando con los compañeros o practicando algún juego de jóvenes, algunos jugaban a las cartas incluso con dinero, yo nunca por la simple razón de que no tenía y el poco que ahorré cuando trabajé en la recolección de aceituna o me enviaban mis padres muy de vez en cuando trataba de administrarlo bien para bocadillos y tabaco. Los fines de semana si no estaba arrestado que podía ser lo más frecuente solía ir a Madrid a casa de mi tía Eloísa con la que vivían mis hermanas Carmen, Josefina y Angelines, ellas me daban cariño y sobretodo buenas comidas, a dormir nunca me quedaba pues a mi tía no le gustaba tener hombres en casa por lo que me iba a un acuartelamiento cercano donde estaba la unidad de salvamento terrestre SAR, una noche me ocurrido algo peculiar y digno de relatar aquí: en este acuartelamiento permanecían en alerta las tropas que movilizaban para salir a buscar restos de aeronaves en caso de accidente, una buena noche que me encontraba plácidamente durmiendo en una litera sonó la alarma y me tuve que incorporar a ellos para no levantar sospechas ya que estaba prohibido pernoctar en un cuartel al que no pertenecía; la odisea fue asombrosa pues todos montados en un camión nos trasladaron a la sierra de Navacerrada donde supuestamente había caído una avioneta, pasamos todo el día buscando por aquellas frías montañas repletas de nieve con el consiguiente riesgo de perdernos, era domingo y se acercaba la noche por lo que me tenía que incorporar a mi destino sin falta pues el arresto podría ser mayúsculo si llego tarde o falto, de modo que sin mediar palabras monté mi propia estrategia evadiéndome a la menor ocasión y largarme de allí echando chispas, tuve que caminar unos 8 kilómetros hasta la escuela. En otra ocasión en el mismo acuartelamiento era día festivo, por la mañana al tratar de salir por la puerta principal me di cuenta de que no llevaba guantes blancos, única prenda que usábamos para vestir de gala obligatorio en días festivos y para que el comandante de la guardia no me viera sin ellos y con el consiguiente arresto, me quité los calcetines que eran blancos y me los puse en las manos saludándole a su paso, una vez en la calle hacía el cambio y listo. Resultaba ridículo verme saludar al superior a la salida levantando mi mano sabiendo que lo que llevaba puesto no eran flamantes guantes blancos sino sucios calcetines sudados y claro que pasaba miedo al pensar en lo que me podía venir si me descubría, el calabozo estaba allí mismo.

Poco tiempo después terminé el curso de ayudante de especialista que llevaba consigo mi primer ascenso a Soldado de 1ª. Ayudante de Especialista OPP (Operador de pantalla de radar); Ya había conseguido mi primer galón de color verde el cual cosí con esmero sobre todas mis prendas de uniforme. Mi sueldo era de 122 pesetas con 65 céntimos hasta mi siguiente ascenso a cabo un año más tarde, me sentí orgulloso comunicándoselo a mis padres de inmediato en una carta a la que me respondió con otra de felicitación y un giro de 50 pesetas que me sirvieron para comprarme el rokiski, emblema que se llevaba en el pecho indicando la especialidad.



Dentro del círculo rojo llevaba la insignia correspondiente a cada especialidad o arma, el de los pilotos una hélice, en mi caso una antena de radar.

Realmente resultaba muy caro 50 pesetas que era como el doble del jornal de un obrero pero el orgullo de llevarlo superaba al esfuerzo.

Al terminar el curso normalmente éramos enviados al destino respectivo dependiendo de la especialidad de cada uno: base, aeródromo, torre de control, estación de radar, etc.

A nosotros no se nos asignó destino porque los rádares se estaban construyendo en los lugares más estratégicos de la geografía española y tardarían aún unos cuantos meses, de modo que, como allí nada teníamos que hacer, nos enviaron con permiso indefinido a nuestros respectivos domicilios paternales. De esta forma estuvimos casi un año hasta que por fin nos fueron llamando y asignándonos destino. Yo permanecí en Mogón casi diez meses los cuales aproveché en trabajos diversos para ahorrar un dinerito que más tarde me vendría bien: peón de albañil, recolección de la aceituna y ayudante de pintor de brocha gorda, estudiaba ingles en los ratos libres, mi padre me obligaba a practicar mecanografía y salía con los amiguetes a los paseos de costumbre.


Me incorporé a la escuela hacia septiembre de 1.958, aún tardaron unos meses en asignarme el destino, los que aproveché para trabajar como peón en una construcción de viviendas cerca de allí, (San José de Valderas), donde continué engrosando mis ahorrillos. Los fines de semana los pasaba en casa de Tía Eloisa con mis hermanas, paseaba por Madrid visitando museos, salas de arte y viendo películas en los muchos cines de la capital. También asistía de vez en cuando a las reuniones o guateques que se organizaban en casas particulares que consistía en preparar una pequeña merendola y con un tocadiscos se bailaba hasta las diez de la noche que era normalmente la hora de recogida, se hacían juegos divertidos y se conocían las parejas.

En uno de estos conocí a Isabelita, fue la primera chica con la que empecé a salir, tenía 17 años, era de Fuentepelayo (Segovia), alta, delgada, pelo muy negro y extremadamente religiosa. Cuando salíamos juntos solíamos ir al cine, a pasear por las calles y parques y nunca faltaba la visita de rigor a la primera iglesia que encontrábamos en nuestro camino. Alguna rara ocasión me dejó tomarla de la mano y jamás permitió que la besara, tan solo en la frente en el momento de vernos o a la despedida. Era muy charlatana, me hablaba de su familia que eran humildes labradores, de su pueblo, las fiestas y de muchas otras cosas. Ella me gustaba, fue mi primer amor a pesar de no estar muy seguro de ello, creo que puro y sincero pero no duradero pues al poco tiempo me destinaron a Calatayud y a mis pocos años me tiraba más la aventura que los amores y pensar en cosas serias. Ahora, después de tanto tiempo, mantengo ese dulce recuerdo como otros tantos pasajes de mi vida, que fueron tan dulces pero quedaron atrás perdidos en el tiempo.


Trabajando en las obras de San José de Valderas de simple peón y debido a mis pocos conocimientos de mecanografía me ascendieron a listero que consistía en llevar el control de los obreros y anotar las horas extras para pagarles cada semana, ya no tenía que realizar los duros trabajos tirando de pico, pala y carretilla. Me asignaron un cuchitril de madera y tejado de Uralita al que llamaban “la oficina” desde donde controlaba mi trabajo que era mucho más cómodo y llevadero, cada día el encargado de las cuadrillas me comunicaba las horas, yo las anotaba en un libro y realizaba las operaciones matemáticas para el sábado por la tarde liquidar a los trabajadores. El pago lo realizaba el encargado general que venía con un maletín y dinero fraccionado. Los hombres formaban una cola y por riguroso turno les íbamos abonando sus jornales y las horas extras, a continuación muchos de ellos se iban a Alcorcón que era el pueblo más cercano y desde donde cogían el autobús para Madrid y mientras esperaban se tomaban unos vinos en los bares, otros que procedían de lugares lejanos como Andalucía, Extremadura o Galicia y carecían de alojamiento regresaban a dormir en un barracón que habían habilitado a tal efecto, aprovechaban para hacer las compras de comida u otros enseres necesarios. Algunos se cogían una buena melopea y los tenían que trasladar otros compañeros. Los días de trabajo comíamos en el mismo barracón donde había unas mesas con bancos de madera y un fogón donde cocinaban una especie de rancho parecido al del cuartel pero con mas condimento, calidad y más sabroso. La comida la hacían los mismos obreros que se turnaban según sus conocimientos de cocina y el plato que ellos sabían hacer, naturalmente con productos económicos, nada de lujos pero normalmente comidas a base de legumbre, potajes, migas, y platos típicos de su región de origen, acompañado con vino y gaseosa, alguna pieza de fruta, un pequeño descanso y a seguir trabajando. Hay que tener en cuenta que en aquellos tiempos los jornales eran muy pequeños y por este motivo se realizaban horas extras para engrosar la paga de la semana que muchos enviaban a sus familias. No más de 100 pesetas diarias incluyendo horas extras y ya era un buen jornal, teniendo en cuenta que en la recolección de aceituna pagaban 36 pesetas diarias, por esto se ausentaban de sus lejanos lugares de origen para poder enviar dinero a sus familias y poder vivir ellos.

Esta era la España de “Franco” de los años 50, aún no habían pasado dos décadas desde la terminación de la Guerra Civil y los resquemores, miedos y temores estaban en el aire. Noticias de algunos fusilamientos llegaban a nuestros oídos y la disciplina obligaba a ser severa, en la calle estaban prohibidos los corrillos de más de tres personas y hablar de política podía traer graves consecuencias.

España estaba embargada por el Mundo entero en todos sus aspectos; nada entraba ni salía del país, el abastecimiento era local, la industria, la economía, la agricultura estaba controlada por el Régimen Fascista hasta el extremo de ver circular automóviles de nuestra propia marca por las calles y carreteras SEAT, PEGASO y los recientes salidos a circulación BISCUTER, de los que sacaron infinidad de chistes por lo pequeños que eran. Aparatos de radio y electrodomésticos muy pocos, no había lavadoras ni televisión y apenas frigoríficos que solo disfrutaban los ricos; las cocinas seguían siendo de leña y carbón, en alguna casa si tenían una plancha eléctrica era un lujo.

Automóbil Biscuter

Me hice traficante, ¡no os asustéis!, que no se trataba de droga ni nada por el estilo. La droga en aquellos tiempos, gracias a Dios, ni había oído hablar de ella, lo desconocía por completo, solo nos apetecía drogarnos con un buen mendrugo de pan, un chorizo y un vaso de vino.

Mi forma de traficar consistía en la compra-venta de prendas de vestir: En la escuela había un montón de cabos 1º que realizaban el curso de sargento, al comienzo les entregaban tres equipos de vestuario completos, por la necesidad de dinero podían prescindir de una o dos prendas que me las vendían a mí por un módico precio, posteriormente yo se las vendía a los trabajadores por el doble de lo que me habían costado. Esto estaba totalmente prohibido y podía costarme un disgusto pero las necesidades apretaban y había que ingeniárselas para sacar “pasta gansa”¿Cómo me las ideaba para sacarlas del cuartel sin levantar sospechas?, pues de la siguiente manera: no podía esconderlas en una bolsa porque a veces las registraban, entonces me las ponía una encima de la otra, en la bolsa llevaba un par de zapatillas que me las ponía una vez vendido el par de botas que llevaba puestas. Con tres calzoncillos, tres camisas, tres pares de calcetines y tres monos de trabajo, a la salida parecía que estaba más gordo y posteriormente a la entrada mucho más delgado. Había que buscarse las habichuelas...

En marzo de aquel año 1959 justo a los dos años de servicio asciendo a cabo


Me suben el sueldo de 166.66 pesetas a 275.50 Pts. al mes con dos pagas extras, una por julio y la otra en navidades, no es un sueldo para tirar las campanas a vuelo por lo que continuo como listero en las obras sacándome una buena pasta que administro para comer, bocatas, tabaco y salir los fines de semana a Madrid a pasármelo bien con cierto poder adquisitivo.

Contaré una anécdota de un pequeño percance que me ocurrió ya siendo cabo, como dije anteriormente los cabos repartían la comida en las mesas, ya era repartidor y aunque el refrán diga que allí no es así porque todo se sortea y aunque yo era un buen comilón, no podía ni debía abusar de mis galones porque además de mi honradez, por encima estaban los demás que no me lo permitían, entonces debía buscarme alguna triquiñuela para llenar mi panza para lo cual en algunas ocasiones hacía una apuesta y consistía en comerme la comida de todos, si lo lograba ellos me daban una cajetilla de cigarrillos cada uno, mi apetito hizo que me tragara un caldero de sopa con fideos y 12 tajadas de pescado con patatas fritas, cuando vieron que me dirigía a atacar al postre me lo impidieron porque a ellos les gustaba, eran pasteles que pusieron ese día festivo y para celebrarlo les ofrecí un cigarrillo de los que había ganado que encendimos en la misma mesa y como estaba prohibido fumar en el comedor, vino el capitán de cuartel y me ordenó como jefe de mesa y permitirlo fuera a la peluquería a que me cortaran el pelo al cero, la cabeza me quedó como una bola de billar pero la panza bien llena. Era muy frecuente ver a soldados por la ciudad con el pelo rapado al cero, la gente estaba acostumbrada a verlos y nada pasaba pero el que la llevaba sentía cierta vergüenza por lo tanto se salía poco o nada del cuartel, entonces en el estanco vendían una loción llamada ABROTANO MACHO que decían crecía el pelo con mucha rapidez, así que allá que voy, me compro una botella de un litro y cada día me daba varias lociones y mi preciado cabello continuaba igual o a mí me lo parecía, una noche antes de acostarme me la estaba dando cuando un compañero sin querer rozó mi mano y la botella calló rodando por los suelos haciéndose mil añicos, al verlo el resto de compañeros que al igual que yo también estaban rapados, sin pensarlo se lanzaron al suelo y con ambas manos se rociaban el cuero cabelludo sin tregua alguna, con el consabido riesgo de clavarse algún cristalito.

Pocos días antes muere mi padre sin poderle dar la buena noticia de mi ascenso me encontraba en la cantina con unos compañeros que normalmente nos reuníamos para merendar cuando apareció un soldado de la guardia para darme la mala noticia. Rápidamente preparé mi bolsa de viaje con lo más imprescindible y con el pasaporte en la mano, en una furgoneta oficial me trasladaron a la estación de Atocha donde me reuní con mis hermanas, mi hermano Enrique que también se encontraba en Madrid y mis cuñados Miguel y Ken. Hacia las diez de la noche partió el tren con rumbo a la estación de Baeza donde tomamos un taxi que nos trasladó a Mogón, llegamos sobre las cinco de la madrugada, la casa estaba llena de gente velando el cadáver y a nuestra llegada salieron a recibirnos entre llantos y lamentos, fue impresionante, a continuación pasamos a la habitación donde estaba mi padre metido en un ataúd destapado, amortajado e iluminado por cuatro enormes cirios, como sabéis nunca he tenido apego a los muertos incluido mi propio padre pero no me quedaba más remedio que verle, mis hermanas se acercaron para besarle en la frente, yo me abstuve por el respeto que siempre le tuve y por lo que ya sabéis pero me di cuenta de un detalle que creo nadie notó y es que se mordía las uñas, claro, antes de morir por supuesto, tenia las manos cruzadas y me fijé en ellas, sobretodo en las uñas y me di cuenta que las tenía largas y bien arregladas.

El entierro estaba previsto para ese mismo día por la tarde y como resulta que ese cementerio no disponía de fosas abiertas ni sepulturero, la costumbre era que cada familia abriera las tumbas en algún lugar disponible y como las gentes de allí son tan supersticiosas no querían cavarlas antes de tiempo, de modo que, nada más amanecer inicié la búsqueda de algún jornalero que realizara la faena cosa que me resultó imposible, ya que estábamos en plena recolección de la aceituna y se encontraban trabajando, así que entre todos los hombres disponibles de la familia hicimos el hoyo lo mejor que pudimos. Fue una experiencia bastante desagradable e inolvidable, ¡cavar la fosa de mi propio padre!. Quedé traumatizado durante mucho tiempo y cuando se lo cuento a alguien le cuesta mucho creerlo.

Tres días más tarde regresé a la escuela, el 1º de abril por tener la graduación de cabo tuve que dejar el trabajo en la construcción porque en mi Unidad me reclamaron para desempeñar las funciones de instructor de reclutas. Otra vez con las actividades militares intensivas, pero en esta ocasión con la categoría de Jefe de Pelotón, muy respetado por mis inferiores, considerado por mis superiores y en un régimen bastante más agradable. Fui seleccionado para formar parte de la patrulla de tiro olímpico con la que participé en varios campeonatos militares. Tres días a la semana entrenábamos en un polígono de tiro, nos entregaban una caja de munición con 2000 cartuchos 7.62 para nuestros respectivos mauser y teníamos que terminarlos entre dos tiradores en cada sesión de entrenamiento. Disparábamos a un blanco asignado a cada uno situado a distintas distancias, moviéndolo cada vez más lejos, cada 100 disparos cesaba el fuego y nos acercábamos para comprobar las puntuaciones que un sargento anotaba en una libreta. Una anécdota curiosa y digna de mencionar aquí es que por aquella zona había cientos de conejos que sin miedo se paseaban por las zonas donde se encontraban los blancos de prácticas, cuando alguno se ponía a tiro no desperdiciábamos la ocasión de en vez de disparar al blanco disparábamos a los pobres animalitos que tranquilamente paseaban comiendo hierva y en alguna ocasión obteníamos nuestra recompensa asándolos allí mismo en una fogata.

Participé en varias competiciones: La primera eliminatoria fue en la Región Central (Ejército del Aire) en la que quedamos campeones de nuestro grupo. Dos meses más tarde fue la eliminatoria de grupos y también ganamos, quedamos seleccionados para el campeonato de España que se celebraría en Las Palmas de Gran Canaria tres meses después, en la que no pude participar porque me destinaron a Calatayud y un reserva ocupó mi puesto.

Los campeonatos eran bastante reñidos y con muy buenos tiradores pues participaban los tres ejércitos, Policía Nacional y Guardia Civil. Posteriormente supe que quedaron campeones de España la patrulla de la Guardia Civil, no era de extrañar, ya que entrenaban a diario, tenían años de experiencia y con edades muy superiores a la nuestra.



viernes, 11 de junio de 2010

CAPITULO II En el Escuadrón de Alerta y Control nº 1 (Calatayud)

A primeros de noviembre, junto con otros compañeros me asignaron destino al Escuadrón de Alerta y Control nº 1 en Calatayud (Zaragoza). Era un lugar totalmente desconocido para nosotros, aún estaba en construcción y seriamos los pioneros, teníamos alguna idea de su enclave y entorno pero ignorábamos lo que allí nos esperaba.

El pueblo visto desde el Pico del Rayo también conocido por La VicorA

El Frasno

Tomamos el tren en la estación de Atocha (Madrid) a las ocho de la tarde en uno de aquellos antiguos y desvencijados trenes que llamaban “Changay”, con los departamentos abiertos y asientos de madera donde casi siempre era imposible encontrar un lugar para sentarse pero en aquella época del año parece ser que viajaba poca gente y tuvimos la suerte de encontrar un departamento para nosotros solos que fue ocupado con entusiasmo y jolgorio hasta que rendidos por los cánticos, nos tumbamos a dormir hasta las seis de la madrugada que llegamos a la estación de Calatayud en donde reinaba un frío y tal humedad que nos calaba hasta los huesos. La estación estaba desierta, el bar cerrado, ni un alma pululaba por aquellos lugares, ni el Jefe de estación que normalmente salía para dar la salida al tren, ni la habitual pareja de la Guardia Civil que nunca faltaba en estas zonas. Desorientados y sin saber hacia donde dirigirnos consultamos a nuestro Jefe de expedición que era el de mayor antigüedad al que le pusimos el apodo de “Papi”, después de reflexionar entre todos, tomamos la decisión más lógica, iniciamos rumbo al pueblo que se encontraba a unos dos kilómetros, fuimos a parar a una cafetería donde nos informaron de todo lo que queríamos saber y después de meternos entre pecho y espalda sendos desayunos a base de huevos fritos con chorizo regado con un excelente vinillo de la tierra y un buen tazón de café con leche, a continuamos iniciamos la marcha hacia nuestro destino. Muy cerca de allí pasaba una furgoneta del Ejército del Aire que salía de la colonia de aviación a las 7:30 H. para transportar al personal al Asentamiento situado en un pequeño pueblo llamado “El Frasno” a 18 km. De Calatayud. Pocos minutos después de la hora prevista paró dicha furgoneta en la que viajaba un Teniente, dos Sargentos, un cabo 1º y el conductor. En un par de minutos “El Papi” hizo nuestra presentación y subimos a bordo. Media hora más tarde arribamos al cuartel donde después de hacer las presentaciones y papeleos de rigor nos asignaron el alojamiento en una habitación de un edificio construido por los americanos; muy confortable, con calefacción, ducha y agua caliente. Normalmente estas habitaciones eran ocupadas por un solo hombre (americano) que disponía de una amplia cama, una mesa, un espacioso armario, dos sillas y un cómodo sofá. Nos colocaron a todos en la misma habitación donde ya habían previsto tres literas dobles y una cama sencilla donde dormía “El Papi”, en el lugar del armario estaban las siete taquillas para meter nuestros enseres y ropa, como eran tan pequeñas tuvimos que habilitar un espacio con un perchero para colocar los uniformes y los capotes de abrigo. En otro rincón habilitamos una especie de mueble bar donde teníamos algunas bebidas y tabaco, uno de nosotros se encargaba de su administración por turnos de un mes, el que quería algo lo tomaba y dejaba su importe. Era imprescindible guardar turno para entrar al servicio y la ducha, al que le apretaban las ganas lo hacía en el campo o se acercaba a los servicios generales al final del pasillo.

Se hizo la hora de comer y nos enviaron a un pequeño barracón donde estaba la cocina, cantina y comedor, en dos largas mesas de madera, una para la tropa y la otra para oficiales y suboficiales, nos sirvieron la comida que me pareció bastante aceptable, lo que más me gustó fue el pan y el excelente vino clarete del lugar que nos fue servido en un porrón de vidrio.

La primera dotación del acuartelamiento era muy reducida pues aún no estaba totalmente terminada la zona española que se encontraba en obras, poco tiempo después comenzaron a llegar las plantillas de personal hasta relevar a los americanos que eran los que se encargaban de todo hasta enseñarnos a nosotros a dirigir el cotarro, esto no ocurrió hasta mediados de 1964. En esos momentos estaba compuesta por un capitán, un teniente, un brigada, dos sargentos, dos cabos 1º y la tropa que no llegaba a 25 hombres entre cabos y soldados contándonos a nosotros. Todos comíamos en aquel pequeño recinto que también hacía las veces de cuarto de estar y sala de juegos, mesas sin tapete y bancos de madera. En una especie de armario empotrado al fondo estaba situada la cantina donde vendían cervezas, vino, licores, tabaco, bocadillos y algún objeto imprescindible de aseo pero con unos precios abusivos, esta fue una de las razones por las que montamos nuestro propio bar. La calefacción de la estancia la proporcionaban los fogones de la cocina que casi estaban permanentemente encendidos, en el exterior reinaba un frío intenso con capas de nieve en ocasiones de hasta medio metro sobre las calles y los campos que la tropa se encargaba de quitar con palas para despejar los caminos y entradas a los edificios.

Aquella brisa endiablada procedente del Moncayo que casi no se podía aguantar y mucho menos con la ropa que trajimos de la escuela, al día siguiente nos entregaron un equipo completo de montaña que consistía en un tabardo de tela muy fuerte tipo lona con una piel de borrego en su interior, un par de botas de montaña de excelente calidad, dos jerséis de buena lana, un par de pantalones, calcetines y guantes también de lana muy gordos, un pasamontañas, calzoncillos de abrigo y unas gafas especiales para la nieve.

Plano de la base

La Base estaba distribuida en dos partes: la zona técnica situada a unos ocho kilómetros en una montaña a 1600m de altitud y el Asentamiento que se encontraba en un pequeño valle a un km. del El Frasno pueblecito de unos 300 habitantes rodeado de viñedos, olivos y cerezos. Las construcciones estaban repartidas en dos zonas: la española y la americana. La zona española la componía el barracón antes mencionado, otro para oficinas y dos tiendas de campaña para los soldados. Los futuros y definitivos edificios de la zona española se hallaban en construcción.

La zona americana totalmente terminada con jardines y un césped muy bien conservados, unos edificios de tres plantas en forma de herradura. En el centro había una gran pradera de césped, árboles ornamentales y otras plantas de jardín rodeado por una amplia acera cubierta desde donde se accedía a las plantas bajas y estaban situadas las oficinas, el botiquín y enfermería, un Drag-store, cine, sala de actos y gimnasio. En los pisos superiores estaban los dormitorios, que como dije anteriormente eran habitaciones individuales con baño. También había un Club tipo Pub donde servían bebidas de todas clases y comidas variadas muy apetecibles pero inalcanzables para nosotros. Tenían máquinas tragaperras y de música donde seleccionaban gratuitamente la melodía preferida y unos muebles de lujo impresionantes. Una vez al mes organizaban fiestas contratando algún grupo de música, atracciones, bailarinas y prostitutas. Este club estaba totalmente prohibido al personal que no era “ NCO MENBER” (socio) , cosa que a nosotros nos resultaba imposible, ya que nuestro sueldo ascendía a 275 pesetas y la cuota de socio eran cinco dólares al mes (300 pesetas al cambio). Junto al club estaba el comedor con una capacidad para unas 300 personas, con mesas y cubiertos de restaurante de lujo, la comida estaba servida tipo bufete con varios platos preparados y según el día de la semana cambiaban el menú: carnes, pescados, sopas, ensaladas, purés, tartas, helados y frutas variadas; allí entraba todo el personal americano y algunos españoles que se lo podían permitir, sin diferencia de clases; desde el teniente Coronel hasta el último soldado; esto era un detalle democrático que siempre me ha llamado la atención, pues en las bases militares y acuartelamientos españoles no existe esto; hay un comedor para jefes, otro para oficiales, un tercero para suboficiales y por último el de la tropa; cada uno de ellos instalado y amueblado según la categoría, como es de suponer, el de tropa estaba en un barracón grande con muebles rústicos. También había unas máquinas de bebidas con un grifo para servirte a tu gusto: leche, zumos, café cocacola y sevenup . A la entrada se cogía una bandeja y los cubiertos, pasabas por una barra donde te podías servir de todo y la cantidad que quisieras. El precio era de 25 centavos (15 pesetas) y de tarde en tarde me permitía el lujo de entrar a este Santuario para ponerme morado, sobretodo los jueves que el menú principal era a base de chuletones de buey o pavo frito.

El horario era muy distinto al nuestro: el desayuno a las siete y media de la mañana, la comida a las 12 y la cena a las cinco de la tarde.

En el Drugstore podías encontrar de todo e importado de Estados Unidos: electrodomésticos, ropa, comida, bebidas alcohólicas, refrescos, utensilios de aseo y escritorio y todas las marcas de tabacos americanos. Lo que más llamaba la atención de los españoles eran los pantalones vaqueros de excelente calidad y el tabaco con muy buenos precios. Un cartón (10 cajetillas) de Pallmall (mi preferido) costaba un dólar (60 pesetas), en el mercado negro español costaba 150, un pantalón vaquero de auténtica marca costaba alrededor de 300 pesetas, cuando en los establecimientos españoles salía casi por 2000. Muchos americanos y trabajadores de las bases hacían su agostillo con el contrabando hasta que se descubrió y lo restringieron. Al principio nos estaba permitida la entrada para comprar, más tarde se prohibió la venta a españoles por tanto abuso aunque algunos compañeros de equipo me lo proporcionaban.

La enfermería estaba muy bien instalada y con los más adelantados instrumentos de emergencia: una docena de camas limpias y hasta un quirófano para las atenciones primarias y si algo grave sucedía fuera de lo común el enfermo era rápidamente trasladado en helicóptero.

Junto a los edificios antes descritos en forma de herradura había otro de una sola planta, aquí estaba el gimnasio, salón de actos y sala de proyecciones donde se ponían buenísimas películas pagando una entrada de 10 centavos, la mayoría aún no se habían estrenado en los cines españoles, con cómodas butacas que hasta invitaban a dormir si la película resultaba aburrida. Todas se proyectaban en inglés por lo que pocos españoles íbamos debido a la dificultad en el idioma; recuerdo haber visto algunas que se estrenaban en los mejores cines de Madrid con un año de retraso.

Al día siguiente de nuestra llegada nos metieron en una especie de autobús que le llamaban “blue-bird” parecido a los bus-scool que vemos en las películas pintado de azul, de ahí su nombre, mezclados con otros americanos que se dirigían a su turno de trabajo. El ambiente resultaba agradable, con calefacción y olores a tabaco rubio y puros habanos; me resultaba extraño sus conversaciones en inglés que muy poco tardé en acostumbrarme y hasta entenderles. Después de 8 kilómetros de curvas cuesta arriba y precipicios, admirando un maravilloso paisaje rodeado de frondosos pinares llegamos a la cumbre de la montaña donde se hallaba la Zona Técnica con una magnífica estación de radar.

La estación de radar vista desde El Frasno

Aquello para mí fue una experiencia asombrosa y alucinante; al entrar en aquel edificio bloqueado a la entrada por un policía militar exigiendo el pase de entrada a la zona técnica, me pareció introducirme en una película futurista. Todo lleno de extrañas máquinas, pantallas, paneles y teletipos en los que se encontraban trabajando personal americano perfectamente uniformado ocupando sus respectivos puestos y hablando en inglés que con mis pocos conocimientos no entendía ni papa. Un intérprete con la graduación de cabo de origen puertorriqueño estaba siempre a nuestro lado y nos mostraba todas las instalaciones, hizo las presentaciones y nos condujo a la sala de conferencias donde el sargento Harrison de origen apache, con un montón de condecoraciones y que chapurreaba español, nos dio una charla indicándonos cual sería nuestra misión a partir de aquel momento.

Había que realizar un entrenamiento previo para cada puesto de trabajo con cuatro niveles: I, III, V y VII. Comenzamos por el nivel I con una duración de tres meses, nos entregaron unos manuales en inglés y a trabajar: Ocho horas de estudio y entrenamiento intensivo rotando por todos los puestos de trabajo como aprendiz, seis horas de inglés a la semana impartidas por el profesor Mr. Vallejo, el puertorriqueño que se llamaba Joe Pagán y el sargento Harrison se encargaban del resto.

A los tres meses hicimos el examen final obteniendo el nivel I y pasamos a trabajar a la Sala de Operaciones formando parte de uno de los tres equipos: Alpha, Bravo y Charlie.


Me asignaron al equipo Bravo que estaba formado por unos 40 hombres de todas las graduaciones y razas: Dos oficiales controladores, varios sargentos, cabos y soldados especialistas: Los había rubios, pelirrojos, negros y mulatos; de origen inglés, irlandés, indios cobrizos y africanos.

Roté por las posiciones de trabajo acorde con mi nivel ocupando las posiciones que me eran asignadas rotando cada hora con los americanos del equipo, seguía estudiando y practicando en los puestos del nivel III.

Los turnos de trabajo consistían en tres días de ocho horas tarde o noche, a continuación un día libre, luego hacíamos tres días también de ocho horas por la mañana y después tres días libres.

Los días libres eran sagrados para los americanos que se largaban a sus casas los casados y los solteros se perdían a donde les apeteciera. Solo eran llamados en caso de alerta, para ello tenían que encontrarse localizados. Disponían de dinero y podían permitirse muchos lujos como desplazarse a las playas de la Costa Brava, a Zaragoza, Madrid etc. Nosotros teníamos que aguantarnos y quedarnos en el cuartel, respetando los horarios de Diana, comidas y formaciones para pasar lista etc. Nos contentábamos con salir alguna tarde al Frasno con solo dos bares como diversión más atractiva donde nos echábamos una partida de cartas y tomar unos vinitos de la tierra, cuando nos llegaban los fondos nos preparábamos alguna merendola. Los domingos por la tarde había un salón de baile (antes recinto de cabras), donde ponían música en un anticuado tocadiscos y bailábamos pasodobles, valses, tangos y alguno moderno que empezaban en aquella época como el Rock and Roll, Twist, y La Yenka. Paulanka, Elvis, y el Duo Dinámico nos deleitaban con sus bonitas baladas y melodías. Bailabas si tenías pareja, para ello había que elegir a una de las mocitas que más o menos era guapa o te gustaba, estabas al acecho y unos segundos antes de comenzar la pieza musical la invitabas a bailar, en muchas ocasiones te decía que no, te ibas a otra y así sucesivamente hasta que encontrabas a una dispuesta a los pisotones pues la verdad es que el baile nunca se me dio muy bien pero me iba defendiendo, sobre las diez de la noche terminaba la fiesta, a veces acompañaba a alguna jovencita a su casa. Un día escolté a una que se llamaba Petrica (diminutivo de Petronila en jerga aragonesa); en aquella región suelen usar para los dimitutivos la terminación ico, ica: (Marianico, Pilarica)

Congenié bien con aquellas gentes que a los militares nos admitieron con agrado y en más de una familia deseaban que sus hijas se casaran con uno de ellos que podía sacarlas de la miseria del pueblo y las faenas duras del campo donde Petrica trabajaba y ayudaba en las tierras de sus padres: olivos, viñedos, cerezos y alguna plantación de fresales que por allí se daban muy bien. Hice amistad con sus dos hermanos, empecé a entrar en su casa y me invitaron a comer y a cenar, en alguna ocasión a una fiesta de cumpleaños y Pascua, cosa que no me venía mal cambiar el menú del cuartel que era tan malo y escaso por uno casero y sabrosamente condimentado. En agradecimiento les propuse ayudarles en mis días libres a la recolección de fresas que se hacía en aquellos momentos, sus padres aceptaron de buen agrado pero con la condición de que me pagarían el sueldo correspondiente de 60 pesetas diarias que me vinieron muy bien para permitirme ciertos lujillos como fumar tabaco americano, entrar al comedor y al cine de vez en cuando y pagar la entrada al baile los domingos.

Mi relación con Petrica no llegó a mucho ya que yo no estaba para pensar en noviazgos y cosas serias a pesar de que su madre a veces me insinuaba: ¡maño!, mira la Petrica que guapa está hoy... hacéis buena pareja...etc, Mi amistad con sus hermanos era mas sólida, con ellos con quien mejor congeniaba y pasaba más tiempo. A veces me daba cuenta de cómo me miraba la Petrica y cuando en el baile la invitaba a bailar enseguida me decía que si. Y no era fea, tenía 17 años, muy lozana y pizpireta, vergonzosa y muy afanosa en sus labores como mujer que su madre ya le estaba enseñando. Cuando la miraba fijamente a los ojos se ponía roja como un tomate y bajaba la cabeza. Yo aún no había cumplido los veinte años.


Recuerdo la primera vez que fuimos al pueblo que los niños por la calle nos pedían chicles pensando que éramos americanos, nunca habían visto militares paseando por sus calles.


Poco tiempo después llegó más personal destinado al Asentamiento y a la zona técnica: Un Teniente Coronel como Jefe, un Comandante, varios oficiales, suboficiales y cabos primeros de todas las especialidades. Como no se disponía de alojamiento para todos, a los cabos primeros les asignaron las habitaciones, a los cabos nos colocaron en un barracón de chapa ondulada que se había utilizado en la Guerra de Corea que aún conservaba algunos agujeros de las balas. Era como una especie de medio cilindro con la base de madera, las paredes de chapa ondulada por el exterior con un aislante recubierto de madera con paredes rectas para formar una nave de unos 20 metros de largo por 6 de ancho y la altura de poco más la de un hombre, con ventanas fijas en ambos laterales de plásticos trasparentes, una puerta en la parte delantera y otra en la trasera.

Había seis literas dobles a cada lado y al fondo una pequeña estancia bastante confortable con cuatro mesitas de estudio a cada lado, dos sofás, una mesa grande en el centro y las correspondientes sillas. Bastante más espacioso que la habitación pero en verano te asabas de calor y en invierno de frío; debido a la ventisca la nieve se acumulaba en los laterales más de dos metros y nos teníamos que abrir paso a golpe de pala, la ropa no era de mucho abrigo y en la cama te quedabas helado, hubo noches que me tapaba con cinco mantas y una colchoneta encima y ni aún así se podía entrar en calor.

Un listillo de turno tuvo una gran idea que fue construirnos una especie de iglú. Entre todos fuimos recubriendo de nieve el barracón con las palas apisonándola fuertemente con pies y manos hasta formar una capa de más de un metro, nos agenciamos una estufita con quemador de queroseno que nos lo proporcionaban en la sala de calderas, colocamos una chimenea que salía al exterior por un agujero practicado en una de las ventanas y mantenida a fuego lento durante las 24 horas del día, aquella cueva se mantenía calentita y verdaderamente confortable. Uno construyó un infiernillo que enchufado a la red nos servía para calentar ciertos alimentos y agua para afeitarnos pues el único abastecimiento que disponíamos era un bidón metálico colocado a unos tres metros frente al barracón del que a veces teníamos que romper el hielo para sacar el agua.

Al pico o zona técnica ya no subíamos en aquel confortable autobús con calefacción, la tropa era trasportada por medio de un camión en el que se aprovechaba a veces para subir cajas de alimentos y otras cosas, apretujados y bien abrigados aguantábamos la media hora que duraba el viaje. En ocasiones solían meter una especie de armarios conteniendo pasteles y donuts que se conservaban calientes despidiendo un agradable aroma por lo que no podíamos resistir la tentación de abrirlo y meter mano hasta saciarnos y llegar a nuestro destino con la barriga llena pues el desayuno a base de unas sopas de ajo no era lo suficiente como para mantenernos hasta la hora de comer. Cuando descargaban los depósitos pasteleros en el comedor apenas les quedaba suministro, siempre he creído que los americanos hacían esto a propósito conociendo la necesidad de la tropa española.

Sobre la cima del pico con el radar al fondo

Con unos compañeros en el mismo lugar


Con mi noble amigo Roky, al fondo Calatayud y su vega

Había que construir una galería de tiro por lo que el jefe ordenó trabajara toda la tropa libre de servicios con pico y pala para lograrlo lo antes posible y no es que fuera necesaria, solo un capricho de los jefes para realizar sus prácticas, cuando salía de servicio de noche allá que me mandaban a cavar como un puto negro, con el frío, los dolores de reuma y la poca costumbre, terminé agotado de tal manera que cuando entraba de servicio no podía rendir normal, me quedaba dormido en la pantalla o lugar de trabajo, mis jefes americanos me pillaron y debían imponerme un correctivo pero yo les dije lo que ocurría y llevándose las manos a la cabeza asombrados no pudieron creerlo, cuando lo comprobaron se remedió dándose ordenes de que nosotros éramos intocables y libres de todo servicio que no fuera el propio a nuestra especialidad.

Cuento esta anécdota como muchas que había en aquellos tiempos por la prepotencia y abuso de mando sin tener en cuenta nada, solo se trataba de cumplir las órdenes fuera como fuera, por ello la vida a veces resultaba insoportable.

En otro ocasión me ocurrió algo que aún recuerdo por lo que pasé el peor mes de mi vida: Resulta que en épocas de vacaciones especiales como Semana Santa y Navidad: Los compañeros hacíamos dos turnos con el propósito de repartirnos las fiestas por igual, unos hacían la navidad y otros año nuevo de forma que todos podían disfrutarlas, el trabajo se recargaba en más días de servicio pero también se tenían más días libres, a mí me tocaba trabajar nochebuena y navidad por lo cual tendría libres nochevieja y año nuevo pero tuve la mala suerte de coger un catarro muy fuerte, presentía que lo pasaría muy mal haciendo los servicios, si iba al médico militar me daría de baja y se me fastidiaría el tinglado, así que opté por ir a un médico privado pagándole la consulta para que me recetara algo que me mejorara con rapidez y así lo hizo, fui a la farmacia, compré el medicamento que tomé causándome el efecto deseado por lo que mis intenciones estaban salvadas, pero, aquí llega lo malo, “la gran putada”·, resulta que el medico civil que me atendió en mi visita a su consultorio era amigo del médico militar que le invitó a cenar a su casa y le comentó que hacía pocos días atendió a un cabo 1º de la base y le extrañó que no fuera a él que era gratis, éste también se extrañó pensando que algo malo estaba tramando yo y sin preguntar causas ni razones me envía con un mes de arresto al calabozo que estaba sin estrenar, yo fui su primer cliente donde pasé los más tristes y amargos 30 días de mi vida, no me dejaban salir ni para ir al comedor, los guardias me llevaban la comida incluso los días más señalados como Nochebuena, Nochevieja y día de Reyes; ingresé en el calabozo justamente el día 23, yo pensaba y tenía la esperanza de que por la festividad de la natividad de Cristo habría indulto como recordaba lo había en la Escuela de Transmisiones dejando libre al único preso que era yo, pero no, no lo hubo y mi amargura se acentuó; mantuve la esperanza de que el indulto se diera por nochevieja pero tampoco y allá me tuve que joder en una puta fría celda que en vez de comer 12 uvas me comí las 10 uñas de mis manos, y si he de decir la verdad aquella maldita noche lloré, si, lloré amargamente y maldije a aquel teniente cabronazo que sin indagar e injustamente me impuso el castigo que nunca merecí, mis esperanzas no se perdieron, aún mantenía la Fe en que tal vez el indulto se daría como regalo de Reyes pero tampoco y allí continué comiéndome la uñas y acordándome de la madre que parió al hijo de puta con el que 4 años más tarde me topé por casualidad en mi siguiente destino en Villatobas, ya estando yo casado y que pequeño es el mundo… resulta que a aquel puto Teniente le destinaron al mismo lugar donde yo estaba y a veces los sábados algunos jefes, oficiales y suboficiales nos reuníamos en un bar muy cerca de la Colonia donde todos vivíamos y allí me lo encontré justamente 4 años más tarde, él no me reconoció pero yo a él si ¿Cómo se me iba a olvidar?

Uno de los oficiales que le acompañaba nos lo presentó como recién llegado y al dirigirse a mí dijo, este sargento además de ser muy buena persona es un gran artista, pinta de maravilla y entonces él “hijo de puta” me dice: ah, que bien, precisamente traeré pronto los muebles y necesitaré algunos cuadros, espero que me regales alguno, entonces yo le dije mirándole muy fijo a la cara,

Y él se me quedó mirando de frente y dijo ¿Nos conocemos? ¿Hemos coincidido en el mismo destino?

Yo le respondí, si, hemos estado en el mismo destino pero creo que Usted no me recuerda, yo a usted sí y jamás le olvidaré y sin pestañear añadí , y a continuación relaté ante todos los presentes la inolvidable y maldita hazaña de aquella Navidad, y despidiéndome respetuosamente de jefes y compañeros que allí se hallaban me di la vuelta diciendo, menos mal que nunca más le volveré a ver porque en pocos días salgo destinado al EVA 7.

Al día siguiente me llama el Teniente Coronel Jefe de la Base y me arresta 2 días por poner en ridículo a un oficial en un lugar público.

Es obligatorio presentarse al superior una vez terminado el arresto, las normas dicen que primero se cumple el correctivo y después se reclama, cosa que nunca se suele hacer porque en la reclamación puede haber otro arresto, así es la vida militar… pero no pude contenerme contándole la misma historia añadiendo, las injusticias continúan…

Alos pocos días salí destinado a Sóller.

A consecuencia del frío y de la humedad me entró un ataque de reuma por lo que no podía mover las articulaciones y sufría unos dolores espantosos, me llevaban la comida a la cama y me visitó el médico del Frasno porque en la Base aún no había médico militar, era un hombre muy amable y cariñoso, bajito y tan inculto como las gentes del pueblo, caí en ello cuando me hizo el comentario de que su sobrina “Grabiela” también sufría del mismo mal, pensé que se había equivocado pero lo repitió varias veces y me di cuenta de que la tal Gabriela era prima de la Petrica y en su casa también la llamaban Grabiela . Era un hombre mayor, hijo del pueblo y posiblemente había vivido toda su vida entre los suyos sin dejar la forma de hablar y expresarse.

A los pocos días me enviaron al hospital militar de Zaragoza, me resultó un gran alivio ya que estaba muy bien atendido por unas agradables y caritativas monjitas que nos trataban con mucho mimo. Los médicos me hicieron toda clase de pruebas, después de mas de un mes me hicieron pasar por un Tribunal Médico que estaba compuesto por seis Jefes todos ellos militares y me diagnosticaron reumatismo poli articular agudo el cual posiblemente había sido provocado por una lesión de corazón que se había detectado, quizás de origen hereditario o tal vez por la humedad y el frío de aquel lugar siberiano. Me anunciaron que me darían la baja por enfermedad y me licenciarían en pocos días. Yo me asusté ya que mi intención era continuar en el Ejército y poco tiempo me faltaba para ascender a Cabo 1º. Les comuniqué mi propósito y les rogué que no me largaran, argumentando que mi especialidad no era para asumir trabajos duros, pesados ni realizaría ejercicios fuertes pasando la mayor parte de mis servicios frente a una pantalla de radar y podía llevarlo perfectamente, aludiendo de que estos ataques de reuma habían sido debido al frío y a la humedad de nuestros alojamientos, cosa que influyó favorablemente a todos mis compañeros y a mí, ya que al poco tiempo nos trasladaron de nuevo a las habitaciones donde permanecimos hasta que concluyeron los trabajos del edificio español pocos meses más tarde, también influyó para que me concedieran la medalla de sufrimientos por la Patria.


Recopilado de mi hoja de servicios

Con fecha 28 de enero ingresa en el Hospital Militar de Zaragoza por padecer “Reumatismo poli articular agudo” siendo dado de alta el día 3 de marzo incorporándose a su destino, habiendo permanecido en el centro 36 días y pasado Tribunal Médico en el que se acordó otorgarle la medalla de sufrimientos por la Patria, la cual le será entregada en el acto de Jura de Bandera de reclutas en la base Aérea de Zaragoza el día 5 de mayo de 1960 por el General Jefe de la Región Aérea. (B.O.A. nº 37) de fecha 7 de abril

Lo más asombroso de este caso es que a mí no me lo comunicaron, así funcionaba la burocracia, se aprobó en el Tribunal Médico, fue comunicado a los Jefes de mi Unidad, quedó escrito en mi hoja de servicios pero a mí nadie me dijo nada y lo más asombroso del caso es que me he enterado ahora al ver mi hoja de servicios cuando me la entregaron al pasar a la situación de retirado por edad; y bien que me hubiera gustado recibirla en aquel acto y mucho más enorgullecerme luciéndola en mi pecho.

Al los dos días me dieron el alta, regresé al cuartel reanudando mi trabajo y entrenamiento del nivel III que dos semanas después terminé y comencé a rotar en puestos de mayor responsabilidad, continuando los estudios para la obtención del nivel IV.

Con el nivel obtenido podía acceder a los puestos de Técnico de Vigilancia, de Control y de Identificación, me incliné por el último que me gustaba más, atractivo y de mucha responsabilidad.

Como entrenador tenía a un sargento de color que se llamaba Hockins, amable, buen profesor y tan bajito que parecía un pigmeo, nos entendíamos y congeniábamos perfectamente, atendiendo a sus enseñanzas y trucos para llevar el trabajo con rapidez y precisión, le gastaba de vez en cuando una broma que soportaba con paciencia menos en una que casi me mata: resulta que el buen hombre había conocido a una chica en Zaragoza, esta gente solía frecuentar los muchos club nocturnos que se habían instalado en la ciudad desde que llegaron los americanos, en estos club como es natural solo había mujeres de vida alegre, bailarinas, prostitutas y chicas de alterne, se enamoró de una de ellas y quería aprender palabras bonitas en español para decírselas, me pidió que se las enseñara, yo le enseñé frases que contenían palabrotas como por ejemplo: “putona mía eres tan mamona que tu boca me sabe a mierda” y otras por el estilo... El pobre hombre estuvo toda la noche repitiendo las frases hasta que se las aprendió de memoria, al día siguiente se fue a ver a la chica tan contento y no os podéis imaginar como me buscaba cuando regresó, estaba furioso y quería matarme, cuando todos los compañeros de equipo se enteraron de lo que pasaba se mondaban de risa, menos mal que lo arreglé; cuando estaba más calmado le pedí el nº de teléfono de la chica, la llamé en su presencia y le expliqué la putada que le había gastado, ella lo entendió y terminaron casándose. (Hacia el año 1965 cuando los americanos se fueron, se decía que en España ya no quedaban putas, pues se las habían llevado). Era normal pues ellos estaban acostumbrados a la buena diversión, ésta se desarrollaba a las horas nocturnas y a estas horas pocas chicas decentes se encontraban por estos lugares.

A los tres meses obtuve el nivel IV y comencé a trabajar como Técnico de Identificación de Movimientos Aéreos con la supervisión de mi buen amigo Hockins, además de que yo instruía a otros novatos, el trabajo me encantaba y me resultaba apasionante, dependía directamente del Controlador Jefe y mi misión consistía en la identificación de todo el tráfico aéreo dentro de nuestro Sector de Vigilancia que cubría desde el centro de nuestro radar hasta Nantes por el norte, Gibraltar por el sur, Baleares por el este y Lisboa por el oeste.

El operador de pantalla pasaba el tráfico de su sector a un tablero vertical llamado plotter donde estaba dibujado un mapa con las coordenadas, paralelos, meridianos, las bases aéreas y otros puntos de interés, en este momento desde mi puesto empezaba la identificación del objeto reflejado, para ello disponía de dos minutos, si dicho objeto era clasificado como amigo se borrado del tablero y solo se mantenían en su seguimiento los que se clasificaban como especiales o desconocidos, estos últimos eran muy vigilados y en la mayoría de las ocasiones se ordenaba un despegue de cazas (Scramble) para su identificación en vuelo, misión que corría a cargo del Controlador de interceptación que siempre era un oficial.

Podría contar anécdotas interesantes de casos acaecidos durante mi trabajo, tanto de OVNIS como de aviones rusos que se internaban en nuestro territorio desde Argel y cuando se les acercaban nuestros cazas salían pitando, esto ocurrió en varias ocasiones y los americanos le ponían un especial interés redactando informes. Hay que tener en cuenta que en aquellos momentos Rusia y sus países satélites eran nuestro mayor enemigo.

Pude presenciar en muy contadas ocasiones un incidente muy extraño: aparecía un objeto clasificado como desconocido, se ordenaba un scramble y cuando los cazas estaban muy cerca éste salía disparado a una velocidad cuatro o cinco veces mayor que nuestros cazas desapareciendo del alcance del radar. También era vigilado por los rádares adyacentes que igualmente lo veían desaparecer de su alcance, igualmente era controlado en el radar de altura y podíamos comprobar como en ocasiones se disparaba desde los 30.000 pies y en pocos segundos subía o bajaba más de 20.000 pies. A uno de ellos lo vimos desaparecer de la pantalla que alcanzaba los 100.000 pies de altura.

En otra ocasión pude oír la conversación entre el controlador y el piloto de unos cazas que tenía a la vista un objeto extraño parecido a un platillo volante, redondo, del tamaño de una plaza de toros y de color metálico brillante, el objeto le estuvo siguiendo durante más de diez minutos.

Otra ocasión bastante dramática escuché la conversación de un piloto que inminentemente se iba a estrellar y se despedía de su esposa al teléfono, fue algo espeluznante y comentado durante largo tiempo.

En más de una ocasión se dio el caso de aviones que se estrellaban y sus pilotos saltaban en paracaídas y no les ocurría nada. Esto era bastante frecuente cuando volaban el Sabre (F86) y el F104 que por su poca autonomía el piloto se confiaba y no le llegaba el combustible, a estos últimos los llamaban “ataúd volante”.

Mi vida transcurría pasando la mayor parte del tiempo con los americanos de los que ya tenía varios amigos, era querido y apreciado por mis compañeros y mis jefes, en ocasiones me invitaban a sus excursiones y a las fiestas que organizaban en su club, me dejaban entrar sin ser socio, me pagaban alguna bebida y escuchaba buena música practicando el inglés que aunque no muy fluido podía entenderlo y hablarlo con un acento tan parecido al suyo que a veces alguien me confundía por uno de ellos. Todo tipo de convivencia era forzosamente en inglés, muy pocos sabían español.

En los ratos de descanso durante el turno de trabajo teníamos una salita de estar que le llamaban Breik Room donde pasábamos el tiempo libre jugando a las cartas, escuchando música, etc. Aprendí casi todos los juegos que practicaban ellos, teníamos café y cocacola gratis, a veces nos traían de la cocina algún pastelito o sandwiches que estaban riquísimos y me aliviaban el estómago.

Algunos compañeros me pedían que hiciera su turno de trabajo por las noches, sobretodo las vísperas de los tres días libres para ellos estar despejados y poder conducir hasta las playas de la Costa Brava donde solían desplazarse a menudo; Normalmente hacíamos cuatro horas de turno alternando con horas libres que podíamos ir a dormir, a veces las cuatro horas seguidas y el resto libre; me pagaban tres dólares por sus cuatro horas, aportaban un soberano sanwich de tres pisos, un par de piezas de fruta y dos paquetes de tabaco. Estuve haciendo esto hasta que el sargento jefe de equipo se dio cuenta y nos arrestó a los dos a limpiar los retretes. Mala pata porque estos dinerillos, alimentos y tabaquillo me venían de perilla, de todas formas a menudo me solían subir algo cuando ellos iban a cenar. Una cosa que me gustaba mucho era la leche, estaba envasada en tetrabrics de un litro (desconocido en España), muy rica y fría, estaba de locura, en invierno la tenían almacenada en cajas muy grandes a la puerta de la cocina en el exterior y podías coger la que quisieras, hasta que alguien abusó demasiado y la metieron para dentro. Los españoles éramos la leche, nos daban la mano y nos tomábamos todo. Al principio los americanos dejaban su paquete de tabaco sobre la mesa en el lugar de trabajo, alguien le tomaba un cigarrillo y no te decían nada, pero alguien mangaba el paquete entero y desde entonces se empezaron a poner desconfiados, conmigo no lo hacían porque sabían que yo no lo hacía, y si alguna vez necesitaba un cigarro se lo pedía de antemano. Una vez me encontré un mechero Dupond de oro en el asiento del autobús, cuando entré en la sala de operaciones se lo dije al sargento jefe de equipo, el encendedor tenía unas iniciales y cuando apareció su propietario le pregunté lo que estaba escrito y al responderme correctamente se lo entregué. Me lo agradeció regalándome un encendedor ZIPO con mis iniciales grabadas.

Por Navidades tenían la costumbre de regalar un paquete a cada miembro del equipo conteniendo chucherías, frutos secos, un pastel típico de navidad al que llamaban “Plum Cake” y un pequeño obsequio. La primera Navidad que la pasé de servicio me sorprendió recibir este bonito regalo que me hizo mucha ilusión.

Muchas veces pensaba en hacerme del ejército americano pero la única manera de conseguirlo era casándose con una americana, de esta forma se obtenía la nacionalidad y automáticamente pasabas a formar parte de sus Fuerzas Aéreas. Me empecé a cartear con la hermana de un compañero, me mandaba fotos, me hablaba de su país y cada vez me ilusionaba más pero cuando pensaba en el matrimonio...era muy crudo leches¡¡¡ Casarse con una tía que no conocías de nada.....joer¡¡¡, joer¡¡¡¡ y solo por pertenecer al Ejército Americano, que en España eran señores pero en su país pasaban necesidades casi como aquí, muchas chicas se han decepcionado casándose con yankis que aquí vivían como reyes pero en su país eran tan pobres como nosotros, al llegar allí y ver el panorama se divorciaban enseguida


A primeros de diciembre de 1.960 ascendí a cabo 1º que equivalía a Staff-Seargent en la graduación USAF (Unites Estates Air Force) y era tratado con arreglo a mi nueva categoría, me subieron el sueldo a 780 pesetas mensuales, bastante menos que ellos con mi misma graduación que cobraban unos 600 dólares (36,000 pesetas) Cuando un ministro español cobraba alrededor de las 20.000 pts. Imaginaos el nivel de vida que podían llevar con estos sueldazos. Los que estaban casados vivían en los mejores chalets de Zaragoza, tenían niñera, cocinera y doncella y en la Base aparcaban los más lujosos automóviles de aquella época. Los solteros como he dicho anteriormente se desplazaban los días libres hasta las playas de la Costa Brava alojándose en los mejores hoteles, además que todo lo que ellos compraban en sus economatos les salía mucho más barato que en España, todo lo traían de los Estados Unidos, hasta el agua. Aviones C-130 venían cargados a tope de todo lo que necesitaban y desde las bases aéreas partían unos camiones enormes al resto de instalaciones cargados con toda la mercancía.

Cabo 1º Montejo


El barracón coreano donde estábamos alojados estaba frente a las puertas de la cocina y los almacenes, desde allí veíamos descargar de un camión enorme durante horas grandes paquetes, cajas conteniendo alimentos de todas clases y género para vender en el economato: ropa, utensilios de aseo, golosinas, bebidas, tabaco, etc. Nos daba bastante envidia ver la diferencia que existía entre la cocina española y la de ellos.

Como ya os dije al principio, entre mis compañeros había gente de todo tipo: buenos chicos, maleantes, rateros, jugadores y pendencieros, pero en el fondo todos estos chicos de tan mala fama no eran malas personas y solíamos mantener entre nosotros un buen compañerismo y cada uno a lo suyo, bueno, el caso es que a alguien se le ocurrió la idea de vigilar durante algún tiempo la operación de descarga y sabía los movimientos y el tiempo que más o menos duraba. El camión solía venir sobre las once de la mañana, se ponían a efectuar la descarga, a las doce lo dejaban para irse todos a comer o a servir la comida los que estaban empleados en la cocina y comedores; entonces era cuando estos pillos (incluyéndome a mí en alguna ocasión), aprovechábamos para llevarnos alguna caja de las más fáciles de coger del camión, muy discretamente, vigilando y con el mayor sigilo. Nunca abusamos para que no se dieran cuenta y siempre nos llevábamos cajas que sabíamos contenían alimentos. La primera que robamos estaba llena de pavos congelados pero nos las arreglamos para descongelarlos, descuartizar y prepararlos en una cazuela sobre el infiernillo eléctrico a fuego lento, bien condimentado con ajitos, laurel y especias requisadas en la cocina española estaban de rechupete. Con el tiempo y conociendo la etiqueta de las cajas, elegíamos lo que más nos convenía.

Yo siempre he pensado que robar para comer no es delito y cuando a uno le vino en mente robar una caja de tabaco se lo quitamos inmediatamente de la cabeza pues lo que estábamos haciendo funcionaba y nunca echaron nada en falta, pero el tabaco imaginábamos que en el economato lo controlarían y se darían cuenta, quizás no descubrían quien había sido pero empezarían a sospechar y extremarían la vigilancia. Una vez nos llevamos una caja desconocida que resultó contener una enorme pelota de masa especial para repostería, coño¡¡¡ ¿y que hacemos con esto?, pues nada, nos pusimos manos a la obra confeccionando pastelillos y tortas que torrábamos en una sartén, pero aquello estaba sin azúcar y no sabía a nada. La mayor parte de la masa fue a parar al cubo de la basura. Creo que era masa para fabricar pitzzas.

En escrito nº 328 del Comandante de Operaciones USAF de fecha 22 de mayo, le felicita por su pericia en el trabajo y excelente comportamiento, entregándosele un diploma con dicha felicitación en el acto de entrega de Condecoraciones el día de Puertas Abiertas en la base Aérea de Zaragoza por el general jefe del Ala de Caza.

Un caso insólito ocurrió por estas fechas: ya os he comentado anteriormente que entre nosotros había gente de todo tipo, en el fondo buenos chicos y mejores compañeros pero las necesidades apretaban y obligaban a hacer ciertas cosas. En el asentamiento, aparte del club general para todos los que pertenecían como socios, también los oficiales disponían de un club privado para su esparcimiento, juegos de cartas, etc.; había un bar que se administraban de una forma parecida al que nosotros montamos en la habitación (autoservicio); la recaudación de la caja la realizaban cada 15 días reponiendo de bebidas y material necesario el encargado de hacerlo, que por supuesto era uno de ellos.

Uno de mis compañeros llamado Andrés Martín García de Salamanca (alias El Rubio), junto con otro paisano suyo Gaspar Castilla López (Alias Capone), paisano suyo, averiguaron este detalle y acostumbraban entrar a altas horas de la madrugada cuando nadie había en el local y por supuesto no les podían pillar, tomaban algo de dinero y tabaco sin abusar para que no lo notaran.

Un día que salimos al pueblo nos invitaron a merendar y pagaron en el bar con dólares, esto nos extrañó a los demás, nadie comentó nada pero mi curiosidad siempre ha sido patente, y sin poder contenerme, cuando llegamos al cuartel medio piripis le pregunté a Andrés con el que tenía buena confianza, presumíamos de ser buenos amigos y me dijo: acompáñame y lo sabrás; ingenuamente le seguí hasta el bar de oficiales y me enseñó la caja sin cerradura y repleta de billetes de dólar de varias cifras y monedas sueltas.

Me quedé asombrado y al mismo tiempo las piernas me temblaban. Le dije: larguémonos de aquí de inmediato, si nos descubren nos meten en prisiones militares.

¡Tranquilo hombre!, no pasa nada, nadie se enterará porque cogemos poco y siempre uno vigila y da la señal de alarma en caso de peligro.

Castilla es mi compinche.

Yo le anuncié que no contara conmigo y que sería como una tumba, jamás lo comenté con nadie.

Pero estas cosas nunca quedan impunes, al poco tiempo los descubrieron de la manera más absurda; no solo esto sino cosas peores y a otros delincuentes más que cantaron. Una mañana antes del relevo Gaspar sustrajo un cartón de tabaco de la bolsa de un americano, éste lo descubrió enseguida y lo denunció.

Resultó sencillo atraparle porque viajaba en el bus de relevo, a su llegada le registraron y encontraron el botín. Inmediatamente le metieron al calabozo y pocos días más tarde apareció un equipo de investigación de Zaragoza con el teniente Guardiola al frente que tenía buena fama de sabueso al estilo de la GESTAPO; le hizo cantar por soleares; delató al Rubio y a otros que hacían fechorías parecidas y hasta algún atraco en establecimientos y joyerías de la capital maña.

Los robos en las joyerías los perpetraban de la siguiente manera: El Rubio era muy apuesto, de buena estampa, muy elegante y con gusto en el vestir; Ligaba mucho y se paseaba con las chicas más guapas y elegantes de Zaragoza, alternaba en clubs, casinos y locales de prestigio de aquella época; además de que poseía un encanto especial y don de palabra, aficionado a la literatura y a escribir poemas con los que enloquecía a sus mozas (la mayoría eran medio plagiados de Bécquer del que era un gran fan) Una vez tuve la ocasión de acompañarle hasta el monasterio de Veruela de la comarca aragonesa junto al Moncayo donde el poeta estuvo recluido un tiempo.

Pues bien: con su estampa de galán y cabellos rubios se hacía pasar por americano, se presentaba en una joyería con la dama de turno (una compimche) que le acompañaba para hacerle un regalo; chapurreando español como un verdadero yanqui miraban joyas de distintos precios y cuando encontraba una de su agrado y cierto valor la escondía pegada a un chicle bajo el mostrador con mucho disimulo; al fin elegían una de poco precio y se marchaban. En algún establecimiento se daban cuenta de la falta y hasta llegaron a registrarles comprobando que nada escondían y con la consiguiente bronca del cliente por levantar sospechas en una persona que presumiblemente era honrada.

Su compinche (Al Capone) se presentaba a continuación solo y con la intención de comprar algo para su novia, elegía una joyita del muestrario y con el mismo disimulo que su compañero metía la mano bajo el mostrador y extraía la joya buena que posteriormente vendían en el mercado negro de la ciudad. Una vez le vi luciendo un anillo en su dedo meñique con un diamante como un garbanzo de incalculable valor.

La investigación duró varios días, hubo muchos sospechosos entre los que me encontraba yo. Un buen día nada más salir de servicio de noche me llaman al lugar de los interrogatorios y me meten en una habitación totalmente solo a la espera de la llegada del teniente Guardiola; a la hora de comer me traen el menú del día en una bandeja con un plato de lentejas y de segundo unas albóndigas con tomate, una manzana y un porrón lleno de vino hasta el pitorro ¡nunca lo olvidaré! Mi tranquilidad era total porque nada había hecho pero en estos interrogatorios militares nunca se sabe, se cometen muchas injusticias, y acordándome de la vez que me metieron en el calabozo siendo inocente, acusado de participar en una partida de cartas sin ser ciertostaba acojonado, totalmente solo y escuchando voces, gritos, amenazas en las habitaciones contiguas a la mía aumentaba mi miedo encontrándome mucho peor.

Con más hambre que calma tomé la bandeja y me dispuse a dar cuenta de las viandas que se me habían ofrecido, me supieron ricas las lentejas, también las albóndigas que rebañé el plato dejándolo totalmente limpio y me bebí el porrón entero.

El sopor que me entró después es difícil de describir pero podéis imaginar lo que ocurrió a continuación: sobre la única mesa que había en la habitación me tumbé y me quedé dormido a pierna suelta por el cansancio y sueño atrasado de la noche anterior.

Un cierto tiempo más tarde que no puedo recordar entró el Teniente en la habitación dando un portazo y al verme durmiendo exclamó: éste no ha hecho nada porque no dormiría de esta forma si fuese culpable de algo...

Me dejaron salir de allí y aún con el miedo en el cuerpo me fui a mi barracón donde otros compañeros me describieron las noticias que salían del famoso interrogatorio que le pusimos el apodo de “Operación GESTAPO”.

A los individuos culpables los trasladaron a la Base Aérea de Zaragoza fuertemente escoltados y los internaron en los calabozos hasta la espera del Consejo de Guerra.

El Rubio era listo o más bien algo ingenuo o alocado.

Desde su encierro escribía poesías con un seudónimo que enviaba por carta a Radio Zaragoza y se las publicaban en un espacio especial muy romántico que solían escuchar las chicas de corta edad y alguna madurita sentimental y soñadora. Las poesías debieron ser muy románticas y llenas de amor porque enamoró a media comarca; le escribían cartas a cientos dirigidas a la emisora que él jamás recibía debido a su confinamiento y su identidad desconocida. Las cartas las enviaba a la emisora sin remitente y nadie sabía su procedencia ni autor, hasta que un buen día se presentaron en el calabozo dos señores muy bien vestidos, le dijeron que eran abogados y que le sacarían de su encierro que así sucedió unos meses después. El consejo de guerra se celebró a los dos años ingresando en prisiones militares los compañeros de fechorías quedando él libre de toda culpa sin saber nadie como.

Un tiempo después paseaba yo por la ciudad cuando veo parar a mi lado un mercedes descapotable conducido por “El Rubio” acompañado de una bella señorita, me invitó a subir al lujoso auto y haciéndole caso penetro en el automóvil donde me conducen a un suntuoso restaurante y me relata lo sucedido degustando una opípara comida.

El rubio poeta no solo tenía enamoradas a casi todas las mujeres de la comarca sino que hechizó a una con la que se casó nada más salir de su celda.

Esta chica resultó ser la única hija y heredera del dueño de una famosa fábrica de carrocerías (ESCORIAZA). En muchas ocasiones me he acordado de él cuando en infinidad de camiones y hasta en los vagones del metro y trenes he visto estampada la marca (ESCORIAZA ZARAGOZA).

Años más tarde comentando con otros compañeros y recordando anécdotas me dijeron que aún seguía con la rica baturra y que Gaspar (alias Al Capone trabajaba en un puesto importante en la misma empresa.

Llegó a nuestros oídos la noticia de que el Gobierno de los Estados Unidos tenía la intención de compensar a todos los españoles que trabajaban en estas bases conjuntas con un dólar diario. Joder¡¡¡ 30 dólares al mes, 1800 pesetas. ¡no veas!. Esto era cierto pero el orgullo del Gobierno español no lo podía permitir o quizás se lo daban a él para su distribución y lo repartió como quiso, el caso es que a nosotros no nos llegó ni un centavo.

De vez en cuando nos daban algo, algún paquetito de Navidad, un cartón de tabaco o cosas por el estilo, esto al principio porque más tarde nada de nada.

A partir del ascenso podía gozar de algunos privilegios: primero, ya no estaba alojado en aquel dormitorio común que cuando salía de servicio no me dejaban dormir, regresé a una habitación como la del principio compartida con tres compañeros, podía salir vestido de paisano y viajar en el coche de internos que bajaba a Calatayud todos los días y regresaba a las diez de la noche. Dejé mis amistades de El Frasno y conocí a otras nuevas pasando las tardes libres en una ciudad grande y con mucho mas ambiente.

Los de la Base frecuentábamos una cafetería que se llamaba “El Recreativo”, estaba bien ambientada y era confortable, con una máquina de discos donde metiendo una moneda se podía seleccionar la música preferida. Formé parte de una pandilla de amigos muy alegre y dinámica, hacíamos excursiones, merendolas, reuniones y guateques.

Con la panda de compañeros de equipo

Empecé a tontear con una chica que se llamaba Mary y tenía un pequeño defecto en una pierna, los de la pandilla la llamaban “La Cojica” aunque apenas se le notaba; Resulta que de pequeñita la arrolló una moto y quedó levemente impedida, la primera vez que entramos a una iglesia me di cuenta de que no se arrodillaba, entonces me lo contó y le dije que no le diera importancia. Tenía 18 años y no era fea , la cara muy redondita, los ojos muy expresivos y algo tímida. Era hija única de una familia acomodada, su padre tenía una fábrica de gaseosas y la exclusiva de varias bebidas: cerveza San Miguel, Cocacola y Fanta entre otras, con un gran almacén desde donde partían los repartidores con unas camionetas hacia toda la comarca, ella trabajaba en la oficina llevando la contabilidad, cuando salíamos de excursión siempre llevaba un enorme termo con bebida muy fresca, consultándome de antemano mis preferencias, yo le decía que lo llenara de cubata y se enfadaba, decía que de alcohol nada de nada. A veces consentía llenarlo de cerveza de barril que estaba riquísima bien fresca y los compañeros que se arrimaban a estas excursiones siempre me decían: ¡coño Montejo, que suerte tienes con “La Cojica” y se reían.


Mi madre estaba en Madrid y de vez en cuando me gustaba ir a verla, para ello me desplazaba desde el cuartel en auto stop. Podría contaros infinidad de casos y anécdotas que me ocurrieron en los muchos kilómetros que he viajado por este medio pero solo narraré los más interesantes y graciosos.

Siempre viajaba vestido de uniforme porque era más sencillo de que alguien te cogiera.

A unos 500 metros del cuartel pasaba la carretera general Zaragoza Madrid; Yo me colocaba en un repecho medio cuesta arriba donde los vehículos solían aminorar la marcha, tenía la facultad de poder elegir el medio de locomoción que más me interesara al verlo venir desde lejos, entonces cuando se aproximaba a mí sacaba la mano con el dedo pulgar abierto indicando la dirección que él se desplazaba, así le daba a entender si me quería transportar. (Esta era la contraseña de los autoestopistas) Además de que teníamos un código: sobre todo ser honrados, muy amables, darles conversación con prudencia, ayudarles en todo lo necesario durante el viaje y jamás robarles nada. Esto lo solían saber los conductores que no se arriesgaban a coger a cualquiera y sí a un pobre militar uniformado que les ofrecía garantías. En aquellos tiempos no existía la inseguridad y malhechores de ahora, la gente era bastante confiada y ningún caso se dio de la agresión de algún conductor. Eran otros tiempos...

He viajado en vehículos de todo tipo y marcas: camiones, coches lentos, rápidos, de mucho lujo y hasta en un carro tirado por una pareja de mulos. Esto me ocurrió viniendo de Madrid: me colocaba a la salida de la Capital de España justo en el último semáforo de la Avenida de América, por aquí pasaban cientos de coches americanos que se dirigían a la Base de Torrejón y desde allí continuaba haciendo “dedo” hacia Zaragoza en ocasiones con varias escalas. Una día sobre las once de la noche me subí en el cochazo de un americano que me dejó en Torrejón, como era bastante tarde pasaban muy pocos coches y empecé a caminar con dirección a Alcalá de Henares, a la entrada del pueblo estaba terriblemente cansado y muerto de sueño, vi un carro que estaba aparcado al lado de la carretera, sin pensarlo me introduje en su interior que se estaba más caliente y me puse a dormir a pierna suelta, despertado de mis dulces sueños noté que aquello se movía, me incorporé dándome cuenta de que el carro estaba enganchado a una pareja de mulas y conducido por un labrador que se dirigía al campo a efectuar sus faenas, no sabía que hacer creyendo que estaba soñando, pero al fin observé que el vehículo se alejaba cada vez más del pueblo, entonces pegué un salto y con el asombro del pobre hombre que no se lo esperaba eché a correr en dirección a mi puesto autoestopero que a esas horas era más fácil encontrar quien me llevara a mi destino.

En otra ocasión tuve la suerte de que me recogiera un par de señores que viajaban en un “Jaguar” ¡total na!, la carretera aún no estaba reformada en autovía, no era muy ancha y tenía bastantes curvas en las cuales el conductor las tomaba a más de 120 km./h y cada vez que entraba en una le decía a su compañero de asiento: ¡Pepe, te la brindo¡; los neumáticos chirriaban, a veces derrapaba, debía creerse un Carlos Sainz, de tanto en tanto paraban para lo que ellos llamaban “tomar un pelotazo”, a mi me daba apuro decirles que me quedaba en el último bar que pararon, a la quinta parada ya llevábamos unos cuantos “pelotazos encima, pues me obligaban a beber con ellos diciéndome ¡venga chico, demuestra que eres hombre! Y nada... pelotazo va y pelotazo viene, aquello parecía un torneo de tenis, a mi ya la cabeza me daba vueltas, reanudamos la marcha con el brindis de las curvas y yo cada vez más acojonado, hasta que me vino la idea de dejar caer el gorro por la ventanilla, les indiqué que pararan para recogerlo y una vez en el suelo y recuperado mi gorro eché a correr en dirección contraria hasta que les perdí de vista. A continuación me recogió otro coche que me dejó en mi destino con una medio castaña que casi no me podía tener en pié, me di una ducha fría y se me paso. El caso es que yo jamás he sido bebedor, nunca me han gustado las bebidas fuertes, un vinillo dulce, moscatel o un par de tintorros nunca me hicieron daño y hasta me entonaban y me sentía mejor pero aquel día con tanto güisqui al que no estaba acostumbrado me hizo estragos, y menos mal que salí pitando de aquellos locos conductores porque quizás nos hubiésemos pegado una buena chufa y tal vez ahora no hubiera podido contarlo.

Otro día 31 de diciembre que me dirigía hacia Madrid para pasarlo en casa con la familia me recogieron unos señores con un lujoso mercedes, me coloqué en el asiento de detrás entre dos chicas jóvenes que eran las hijas del conductor. Hacía un frío terrible, rodeados de nieve por todas partes y placas de hielo en algunos tramos de la calzada pero aquel coche parecía que lo soportaba bien, además de que no iban demasiado deprisa. Dentro del coche se estaba muy confortable, con calefacción y además con una manta muy suave que llevábamos sobre las piernas. Por la conversación que tenían deduje que venían de esquiar del Pirineo Aragonés, yo estaba más silencioso que una tumba, y más silencioso me quedé cuando empecé a notar que las chicas me metían mano bajo la manta, ellas continuaban hablando entre si: que si fulanito, fulanita, que si tal y cual...etc. Bueno, yo estaba más acojonado y más cortado que un café con poca leche, pensando en que pasaría si los de delante se dieran cuenta de lo que allí estaba sucediendo, menos mal que a eso de las dos de la tarde llegamos a Molina de Aragón (el pueblo más frío de España), más de un metro de espesor de nieve a las orillas de la calzada donde ellos querían parar para comer pues decían que el cordero asado era famoso. Pararon y las chicas dejaron su faena para apearse del coche, yo les dije que les esperaba en su interior mientras comían pero ellos me insistieron para que les acompañara a comer, se lo agradecí negándome pero insistieron: ¡venga hombre, que los militares pasan mucha hambre, que yo cuando hice la mili adelgacé 14 kilos!. Nos pusimos moraos de cordero lechal regado con un buen tinto del lugar, ricos postres y un delicioso café. Sobre las cuatro de la tarde reanudamos el viaje, saboreando un hermoso habano que el señor repartió en los cafés, el ambiente calentito del coche y el humo, yo ya estaba pensando en la niñas, veremos que pasa ahora... pero nada pasó porque al entrar en el coche se pusieron a dormir como dos cosacas con la tripa bien llena. Los señores resultaron amabilísimos porque después de invitarme a la opípara comida al llegar a Madrid me dejaron justo a la puerta de mi casa.

Como estas y parecidas me han ocurrido muchas pero la más gorda me fue una noche que me recogió un camión desde Calatayud hacia El Frasno, a mitad de camino el vehículo se avería, el camionero se apea y después de examinar y encontrar la rotura despierta a su ayudante que estaba durmiendo en un camastro detrás de los asientos, le pregunta: ¿qué pasa?, se ha roto “la mangueta” yo no sabía que era aquello pero debió ser algo gordo, (mas tarde supe que la mangueta es el eje de trasmisión a las ruedas traseras). El compañero empezó a soltar tacos e improperios que me tenían asustado pero más me asusté cuando le pregunta: ¿y este quien coño es?... un militar que he recogido en Calatayud. ¡Me cago en la puta madre que lo parió!...él es el culpable de todo, nos ha traído mala suerte, posiblemente eran muy supersticiosos. Se fueron para la cabina y a su regreso los vi dirigirse hacia mí con un enorme destornillador y una descomunal llave inglesa en sendas manos y con muy malas intenciones. Llovía a mares, con el poco rato que había permanecido apeado del camión ya estaba totalmente empapado, me quedé muy quieto durante unos pocos segundos y cuando observé que los tenía muy cerca, eché a correr monte arriba y no paré hasta llegar campo a través hasta el cuartel que gracias a Dios se encontraba ya muy cerca. ¡Joder! Que mal lo pasé...

Accidentes trágicos he presenciado a montones y en ocasiones he colaborado en la ayuda de algunos que los he visto muy de cerca. Me han impresionado bastante y relataré alguno de los que más me impactaron: en una ocasión que viajaba en un vehículo militar, desde lejos distinguimos una columna negra de humo, al llegar vimos que un coche estaba ardiendo y en su interior se debatía desesperadamente el conductor envuelto en llamas que había quedado atrapado en su interior y su esposa que casualmente salió despedida en el accidente salvando la vida, trataba por todos los medios de entrar para salvar a su marido, nada más llegar nosotros y presenciando la escena, la sujetamos para quitarle sus intenciones pues ya era imposible hacer nada por la víctima que al poco rato dejó de moverse quedando totalmente calcinado.

Otro caso bastante desagradable ocurrió una tarde que nos dirigíamos en el coche de internos de Villatobas a Aranjuez y en una pendiente a la salida de Ocaña acababa de ocurrir un accidente siendo nosotros los primeros en llegar, el coche siniestrado estaba en medio del campo con las ruedas hacia arriba, nos acercamos y vimos a dos personas, un hombre y una mujer, los dos sangraban escandalosamente, la mujer estaba muerta y el hombre se quejaba y respiraba con dificultad, rápidamente nos apresuramos a sacarle del coche, un compañero le cogió de un brazo y de una pierna mientras me decía a mi que hiciera lo mismo, con la mano izquierda agarré de la pierna y con el derecho del brazo notando al instante que éste se le separaba del cuerpo y yo bastante asustado no sabía que hacer en esos momentos tan dramáticos con el brazo de aquel pobre hombre en mi mano, lo solté en el suelo y reanudamos la operación de salvamento. Al poco rato llegó la Guardia Civil y una ambulancia donde metieron a la pareja.

El más impactante sucedió un 22 de diciembre por la tarde, había salido de servicio y me dirigía con mi coche a Madrid; a la altura de Valdemoro tuve que pegar un frenazo brusco al encontrarme con un automóvil en mitad de la carretera con las ruedas hacia arriba, al lado del coche yacía un individuo con la cabeza sangrando muy cerca del piloto trasero que le iluminaba siniestramente la cara de rojo, en el interior había otro tipo sin sentido o muerto, sobre la calzada estaban desperdigados un montón de cosas que habían sido despedidas a causa del impacto: cajas de polvorones, mantecados, langostinos, frutas tropicales etc. no me dio tiempo a darme cuenta de lo que tenía delante de mis ojos cuando otro coche se precipitó bruscamente sobre el accidentado, arrastrando a todo lo que pilló por delante incluido el cadáver y al que estaba en su interior, tuve que dar un salto para que no me atropellara a mi también. El recién llegado venía cargado de gente mayor y niños, menos mal que a nadie le pasó nada pero el coche quedó destrozado, enseguida corrí en su ayuda y saliendo muy asustados de su interior sin saber lo que estaba pasando, el caso es que cuando se presentó la Guardia Civil de Tráfico a los pocos minutos pensaban que el accidente había sido causado por la colisión de estos dos vehículos y menos mal que estaba yo allí para decirles lo ocurrido. Mientras tanto llegó una ambulancia y cuando sacaron al hombre que estaba dentro ya era cadáver. Lo pasé bastante mal y me impresionó tanto que en los viajes sucesivos al pasar por ese trecho, durante algunos días aún quedaban restos de las cajas y me recordaba sobretodo al hombre iluminado tétricamente por el piloto rojo y tardé bastante tiempo en olvidarlo.